21 octubre 2013

¿Por qué le gusta el sexismo al cerebro?

Al mismo tiempo que en nuestro país aparecen trabajos contándonos que el machismo está creciendo entre los adolescentes españoles, en Japón su juventud pasa olímpicamente de tener relaciones (hasta un 61% de mujeres de entre 18 y 34 no tienen una y lo mismo para un 49% de los hombres de la misma edad).

¿Por qué en España hay adolescentes que prefieren estar en una mala relación, sometidas a maltrato físico y/o psicológico antes que estar solas, como tantos jóvenes japoneses? En los artículos de El País y The Guardian se profundiza mucho sobre las razones de cada uno de los dos fenómenos. Se nombra a los medios de comunicación, a las exigencias culturales, a la publicidad, a los libros, a las películas o a los videojuegos. Pero al final, no deja de resultar curioso cómo todas esos factores sirven para explicar una situación y también la otra. ¿Cómo es eso posible? ¿Por qué las películas hacen que los japoneses no busquen pareja y que los españoles mantengan cada vez más relaciones de maltrato? ¿Qué hace posible esta aparente contradicción? La respuesta no es otra que aquello que compartimos todos los seres humanos del planeta, nuestro cerebro.

Ese maravilloso órgano nuestro tiene, como ya hemos dicho alguna vez, una función principal: la supervivencia de la especie. Y trabaja de manera incansable para conseguirla. Día y noche. Con o, las mayoría de las veces, sin nuestro conocimiento o consentimiento. ¿Y qué pauta principal sigue nuestro cerebro para que la especie sobreviva? Acercarse a lo placentero y alejarse de lo que no lo es.

Esta regla tan simple es la que gobierna nuestras vidas. A veces puede parecer que no es así porque las personas nos comportamos de formas muy distintas, más si pertenecemos a diferentes culturas, a diferentes generaciones o a diferentes sexos. No obstante, lo único que muestran esas diferencias de comportamiento entre seres humanos es qué hemos aprendido que es placentero o doloroso para cada uno de nosotros.

Otra cosa a tener en cuenta acerca de esta regla es que nuestras elecciones vitales no tienen por qué ser siempre sencillas, como escoger entre una cosa buenísima y otra malísima. En muchas ocasiones nos tocará, a falta de algo mejor, quedarnos con la opción menos mala. Algo que, visto desde fuera, puede hacer creer a los demás que estamos eligiendo de manera estúpida o incoherente.

Profundizando un poco en la biología de este tema, el cerebro tiene todo un sistema, llamado de recompensa, encargado de aprender qué es bueno o qué no nos gusta. Este sistema es bastante primitivo, evolutivamente hablando. Esto quiere decir que es completamente irracional y automático, tanto como lo es en un cocodrilo o en una rata. Lo que ocurre con este sistema en el ser humano es que está conectado a las áreas que son propiamente nuestras, las que nos hacen seres racionales, nuestra corteza prefrontal. Pero eso no nos hace tener mucha ventaja. La inmensa mayoría de las veces, nuestro llamado cerebro racional está completamente subyugado a ese primitivo sistema de recompensa. Y, en el mejor de los casos, lo necesitamos para tomar cualquier decisión (algo de los que nos hablan Damasio y su marcador somático).

Además, ese sistema de recompensa es absolutamente cortoplacista. Toma las decisiones en función de lo buenas o malas que son ahora, no dentro de unas horas o de unos años. Y ese cortoplacismo es mayor cuanto menos influencia conseguimos que tenga nuestra corteza prefrontal.

Partiendo de esto que ya sabemos vamos a analizar los casos del machismo y de la soltería creciente en España y Japón.


¿Por qué se impone el modelo del maltrato?

Siguiendo nuestras hipótesis de partida, el sexismo debe tener algo bueno para nuestro cerebro. ¿En qué consiste? ¿Por qué nuestro cerebro prefiere a veces exponernos a ese maltrato a no hacerlo? Estamos ante un caso en el que la persona que sufre el maltrato elige seguir sufriéndolo. Y esto sucede porque, simplemente, cree que la alternativa al mismo es peor.

Una característica de nuestro sistema de recompensa es que es bastante vulnerable a una forma de presentar los reforzadores, premios o situaciones placenteras de nuestra vida. Cuando dichas situaciones placenteras aparecen de manera continuada o previsible dejamos de sentirnos atraídos con el tiempo. Sin embargo, cuando los reforzadores surgen de manera intermitente, sin avisar, los buscamos con ahínco. Es por eso que nos gusta tanto jugar a la lotería mientras que cobrar a fin de mes mola al principio, pero luego ya no tanto.  En una relación de maltrato, los inicios suelen ser muy pasionales, se produce un enamoramiento rápido e intenso y, cuando el vínculo está afianzado y nuestro cerebro acostumbrado a su dosis diaria de placer, pero no cansado, ese placer desaparece y se torna en violencia verbal. La salida para un espectador externo sería sencilla: deja a esa persona. La salida cortoplacista para el cerebro implicado es "quiero seguir recibiendo mi dosis, esto ha debido ser un error". O, volviendo al ejemplo de la lotería: "seguro que la siguiente vez me toca, ya me tocó antes". También hay que decir que a este deseo inicial se une la imaginación. Así, se tiende a imaginar que se va a estar bien o que nos va a volver a tocar la lotería. Y ese placer, a falta del que ofrezca la realidad, le suele bastar al cerebro en muchos casos. Obviamente, si la situación se mantuviese siempre en la fase de violencia verbal y/o física, hasta el más adicto de los cerebros acabaría cansándose, pero lo que caracteriza a las relaciones de maltrato es un proceso en espiral (creciente): maltrato - disculpas - pasión - maltrato... De esta forma, el cerebro de la persona maltratada se encuentra con la peor de las situaciones de cara a una elección correcta: va a recibir recompensas intermitentes, super adictivas, rodeadas de situaciones de maltrato cada vez mayores.Y elegirá quedarse, claro, porque considerará que es mejor eso que quedarse sin nada. Como hemos dicho, desde fuera la elección parece completamente incoherente. No obstante, el cerebro de la implicada (o implicado, que los hombres también pueden sufrirlo) está optando, a corto plazo, por el mal menor. Porque ésa, como hemos dicho, es otra de las cosas que caracteriza a nuestro sistema de recompensa. Si en una situación de alta carga emocional fuésemos capaces de mirar a largo plazo tomaríamos mejores decisiones, pero nadie nos enseña que eso sea posible. Ni tampoco cómo hacerlo posible.

Lo que, en cambio, si sucede, es que las películas, los libros, la cultura, los videojuegos o la música nos enseñan lo contrario, a seguir a nuestras emociones. Y así nuestro cerebro está indefenso cuando se encuentra en tesituras como las del maltrato, que atacan tan certeramente a nuestro sistema de recompensa.

Lo de los japoneses creo que os lo dejaré a vosotros. ¿Por qué un cerebro elegiría quedarse soltero en un contexto como el suyo?

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11 octubre 2013

El primer beso, sexismo y diferencias culturales

Según la teoría de la disonancia cognitiva, las personas no quieren plantearse si sus actos pasados han sido incorrectos sino sentirse bien con ellos. Siguiendo un razonamiento parecido, un amigo me recordó hace poco algo (bien) sabido: es mucho más fácil sentir atracción por alguien y dejarte llevar si tienes las pulsaciones altas, si estás riéndote, si estás emocionalmente inestable, si acabas de pasar por algún peligro y, por supuesto, si has bebido alcohol. En esas circunstancias es mucho más sencillo que la chica, que es la que suele tener ese derecho en nuestra cultura, acepte, o quiera, un primer beso. Y una vez aceptado será mucho más sencillo que racionalice a favor del beso que en contra.

Por eso suele ser mejor la ambivalencia a la hora de ligar. Que no sepan si estás o no estás. Que crean que puedes estar con cualquiera. Esto hace que aparezca la duda, los nervios, que se incrementen las pulsaciones, y que terminen racionalizando que sienten algo por quien les hace estar así. "Hace un momento estaba conmigo, nos lo estábamos pasando genial. Pero ahora se va y está hablando con esa otra, con ese otro o se ha puesto a bailar él solo como si nada más le importase". Así, los celos o la envidia podrían no ser otra cosa que una cronificación inconsciente de este cambio de sensaciones. De ese estar pasándolo bien gracias a otra persona u objeto a que, de repente, ese objeto o persona desaparezca y con él el pasárselo bien.

Si se consigue que el proceso se repita lo suficiente el cerebro manda tantas señales de "quiero volver a sentir eso" que la persona, a no ser que haga un gran esfuerzo consciente en contra, termina por concluir que se siente atraída, o que incluso lo necesita para pasárselo bien. Y tras ese tipo de racionalización quedan pocas cosas que hacer. Pero ni siquiera es necesario llegar a la racionalización. Después de que se produzcan repetidamente ese tipo de sensaciones ya quedarían pocas cosas que hacer. Porque lo normal, lo que hacemos casi siempre, es creer a pies juntillas a nuestros sentimientos y sensaciones. Y racionalizar como sea para estar de acuerdo con ellos.

Alguien podría decir que que los ricos, los famosos o los atractivos ligan más. Es cierto. Pero es por las mismas reacciones bioquímicas. Ocurre que parten con ventaja porque a la gente le sube el pulso cuando está frente a alguien así. Proyectan el llamado efecto halo del que ya hablamos en otra ocasión. Y, como tienen un estatus alto, ni siquiera se tienen que preocupar por desaparecer y mostrarse ambivalentes: habrá otras personas que quieran captar su atención facilitándoles la tarea.

No obstante, leí hace poco un estudio que decía que hay culturas que consiguen no seguir a ciegas esos sentimientos. Así, aunque lo que contaba arriba es una realidad, su influencia disminuye enormemente cuanto más igualitaria es la cultura. Es decir, la forma de ligar cambia, la chica se vuelve más racional y se puede dar tiempo, días, semanas, para examinar al candidato detenidamente. No es que no siga sus sentimientos a ciegas sino que dispone de toda una serie de mecanismos aprendidos que le previenen contra ellos. Entre otros, quizá el más importante sea que su cultura le enseña desde que nace que no necesita al hombre para sentirse a gusto o segura. Y le ofrece alternativas para que así sea. Así, cuando hay un tío que les entretiene lo aceptan, pero si desaparece tienen recursos suficientes para no echarlo de menos en absoluto. Cuando el tío vuelve, se encuentra con que a la chica no le ha cambiado demasiado el pulso, apenas siente nada extra.

De esta forma, lo que busca una mujer de un hombre varía mucho según la cultura, derivándose de ello consecuencias importantes. Hace 35 años, cuando las mujeres no podían acceder a muchos puestos de trabajo en España, tenían que apechugar con una desigualdad enorme en las relaciones. Esta desigualdad estaba culturalmente aceptada como la forma más sencilla de sacar las familias adelante. Y lo estaba porque confluían una moral católica muy fuerte y una ausencia grande de puestos de trabajo. Con la democracia las cosas han ido cambiando. Pero no tanto. En lugar de producirse un machismo explícito, ahora se produce un insidioso machismo benevolente, que es bien aceptado por muchas mujeres y adolescentes pero igualmente dañino pues mantiene la creencia, que además se transmite por vía materna, de que la mujer es inferior y necesita al hombre. Por eso, las estadísticas no paran de recordarnos que España sigue sin ser un país igualitario. Estamos muy lejos de Noruega, por ejemplo, donde se está comprobando cómo los niños empiezan a no tener vergüenza de comportarse como "niñas". O de Holanda, donde hace un año no paré de ver mujeres conduciendo tractores, camiones o pilotando barcos, tareas que en nuestra cultura estarían reservadas al sexo masculino.

En cualquier caso, no hay que olvidar que el hombre también se encuentra atado de pies y manos en una cultura sexista. Si se comporta "como una mujer", mostrando sus sentimientos, siendo abierto, cariñoso, presumido o empático, tanto mujeres como hombres le mirarán raro. Es así. Por muy mal que suene, en culturas sexistas, las mujeres buscan que los hombres dominen y los hombres buscas que las mujeres dependan de ellos.

Por último, resulta curioso cómo los llamados mitos del amor se pueden convertir en un buen indicador de lo sexista que es una cultura y de la bioquímica subyacente, que hace que sigamos a nuestras sensaciones como si de leyes se tratasen. Estos mitos (media naranja, de los celos, de la pasión eterna, de la omnipotencia del amor, de la equivalencia entre amor y enamoramiento...), con una alta aceptación en la cultura española, alimentan la dependencia y la desigualdad.

Además, esos mitos son potenciados por la publicidad, las películas, las canciones, las series, los videojuegos, el alcohol y las fiestas o los libros. Todos esos medios de entretenimiento no sólo enseñan, lucrándose con ello, que esas creencias son correctas, sino que lo hacen explotando la misma bioquímica para que su lucro se eternice. De esa forma, nuestro cerebro practica una y otra vez la búsqueda en el exterior de cosas que nos hagan felices, volviéndonos dependientes de ellas y perdiendo el control de nuestras vidas. Es decir, las nuevas generaciones, lejos de estar mejor preparadas para separar sensaciones de acciones, lo están cada vez menos, son cada vez más incapaces de producir su propia felicidad.

¿Y qué solución hay? La de Noruega. Que el estado se implique en cambiar las cosas, alentando la igualdad, desde que los niños empiezan el colegio.

Felices primeros besos a todos ;-)

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01 octubre 2013

Vipássana: la técnica.

En el anterior artículo habíamos visto qué buscaba Buda cuando inventó la técnica. Quería, como buen hinduista, no alterar su karma, separar sus acciones de sus instintos aumentando sistemáticamente la consciencia de los mismos.

Buda perseguía con ello alcanzar el paraíso de su religión, abandonar la rueda de reencarnaciones. Hoy en día, en cambio, lo que le interesa a la ciencia, y no poco, son las consecuencias prácticas de la técnica que inventó.

Parece que Buda se dio cuenta, ya en aquella época, de que las emociones llevan asociadas sensaciones corporales. Cuando vemos, oímos, tocamos, olemos o saboreamos algo, nuestro cuerpo reacciona automáticamente provocando una sensación corporal. Ver una serpiente hace que nuestro cuerpo se ponga en tensión, oír a un niño llorar despertará a cualquier progenitor por dormido que esté, tocar algo suave nos inducirá calma, oler algo en estado de descomposición hará que queramos alejarnos de un lugar y sentir cómo un trago de agua fresca recorre nuestra sedienta boca nos tranquilizará, relajando nuestros músculos.

Estas respuestas naturales tan características son, en principio, sólo corporales. Implican aumento o disminución del torrente sanguíneo, estado o no de alerta… No son conductas aprendidas sino que tienen un factor genético muy fuerte. Una persona que nunca haya visto una serpiente siempre sentirá que su cuerpo se pone en tensión al ver una por primera vez.

Lo que ocurre es que nuestro cerebro inmediatamente aprende a asociar y memorizar situaciones y sus sensaciones con sentimientos agradables o desagradables. Esos sentimientos agradables se producen al activarse nuestros circuitos de recompensa, de tal manera que nos volvemos adictos a ese tipo desensación. Nos gusta. “Sentimos” que es buena y tendemos a buscarla.

Lo contrario sucede cuando nuestro cuerpo se encuentra con sensaciones desagradables. Recuerda que las últimas veces que se encontró con ellas hubo peligro y no quiere volver a exponerse a ellas. Las “sentimos” como malas. Tendemos a evitarlas.

Ahora bien, aprender a buscar lo satisfactorio y evitar lo doloroso es una capacidad que tiene cualquier vertebrado. Pero el ser humano viene con un par de extras. Por un lado, somos capaces de aprender un lenguaje y asociar palabras e historias a sensaciones. Con lo cual no necesitamos que una situación nos provoque una sensación. Nos basta con pensar en la situación, sin necesidad de vivirla. Además, podemos incluso tener las sensaciones de otro a través de la llamada empatía.

Estas capacidades nos han dado enormes réditos como especie. Durante decenas de miles de años hemos sido capaces de imaginar situaciones peligrosas sin necesidad de exponernos a ellas, elaborando así estrategias de futuro sin correr riesgos. También hemos sido capaces de aprender de nuestros errores rememorando hechos pasados. Asimismo, a través de la empatía, hemos creado vínculos sociales cada vez más fuertes y extensos, lo cual nos ha protegido frente a todo tipo de peligros.

Estas tres cosas eran realmente útiles cuando nos jugábamos la vida día tras día en la prehistoria. Pero desde que el hombre descubrió la agricultura empezamos a disfrutar de algo que, hasta entonces, era un bien escaso: el tiempo libre.

Por así decirlo, hasta entonces los seres humanos siempre andaban apretándose el cinturón para llegar a fin de mes. Sin control sobre lo que iban a poder obtener de la naturaleza, cada hombre, mujer y niño de una tribu, incluyendo los supuesto jefes o chamanes, tenían que implicarse al máximo en todo tipo de tareas esenciales para la supervivencia (y ni así lo conseguían en muchos casos). En cambio, cuando surgen la agricultura y la ganadería resulta posible almacenar alimentos, todo se vuelve menos peligroso (salvo que al aglomerarnos somos más vulnerables a epidemias), y aparece una figura encargada de gestionar las reservas. Esa persona encargada está todavía menos expuesta a peligros vitales, y como tiene el alimento de la tribu en sus manos, adquiere poder y, gracias a él, tiempo libre, al menos para sus allegados..

Sin embargo, de la genética no se libra nadie. El cerebro de esa persona sigue siendo el de un ser humano, preparado para recordarle errores pasados y advertirle sobre el futuro. Durante todas las horas del día, durante todos los días de su vida. Y como no hay nada vital sobre lo que elucubrar se dedica a rememorar o advertir acerca de trivialidades. Trivialidades que, a base de ser repetidas una y otra vez, se vuelven importantes. Esto es con lo que se encontró Buda, que era un príncipe con mucho tiempo libre en una sociedad de agricultores ganaderos, y lo que Buda trató de resolver. Y también es con lo que nos encontramos en nuestro mundo moderno, una de las incomodidades que nos ha traído el estado de bienestar.

¿Cómo lo intentó resolver aquel príncipe? Como hemos dicho, se dio cuenta de que había una conexión permanente entre sensaciones corporales, sentimientos y palabras (dichas, escuchadas o pensadas). Se dio cuenta de que el karma aumentaba porque sus actos obedecían inmediatamente a sus sensaciones corporales. Eso a veces resultaba correcto (reacción frente a serpientes). Sin embargo, en otras ocasiones esas sensaciones corporales nada tenían que ver con el presente. Eran fruto de un pensamiento, de un recuerdo, de una fantasía. Y su cuerpo las seguía también. Así que inventó una técnica para ponerse en medio y que la conexión sensación-acción no fuese inmediata. Una técnica que le diese tiempo para decidir qué hacer. Y lo más importante, ideó un contexto que permitía que cualquiera, en un corto espacio de tiempo, fuera capaz de darse cuenta de que ponerse en medio era viable y beneficioso. 

Ese contexto, el contexto en el que se desarrolla la práctica de Vipássana, es muy, muy importante. Durante 10 días, las personas, voluntariamente, se abstienen de hablar, mirar o intentar comunicarse de cualquier forma con otras personas. También se abstienen de entretenerse con cualquier cosa (TV, Internet, escritura, pintura, rezos, lectura, ejercicio físico, personas del sexo contrario). La técnica se practica durante 10 horas al día, al final de las cuales se escucha una charla aclaratoria, en la que se alienta y se previene sobre posibles errores.

La técnica no es difícil. Básicamente consiste en estar atento a tus sensaciones corporales, cuando tú quieres, de una manera sistemática, sin importar cuáles sean. Así, te terminas dando cuenta de que las sensaciones no tienen por qué ser seguidas de una acción. El dolor, el placer, la búsqueda de sensaciones perdidas por no tenerlas a tu alcance en tu aislamiento, el picor, el sudor, todo deja de molestarte o apetecerte, todo pierde fuerza con el tiempo. Porque te das tanto tiempo que no puede ser de otra manera. También los pensamientos, que van y vienen durante la práctica, pierden fuelle cuando no les haces caso. Y, al cabo de las más de 100 horas de meditación e introspección que tiene el curso de 10 días, te das cuenta de dos cosas. Primero de que estás agotado. Segundo, de que no es necesario seguir a tus sentimientos o a tus sensaciones, y de que es mucho más difícil de ver en tu mundo, lleno de entretenimiento y cosas que hacer inmediatamente.

Ya desde un punto de vista psicológico, la técnica es espectacular. Cumple todos los requisitos de éxito terapéutico, comenzando por conseguir que una persona se comprometa a seguir un tratamiento, lo cual es el principal indicador de éxito del mismo. Por otra parte, los tratamientos intensivos se han demostrado al menos igual de eficaces que los de larga duración en multitud de terapias. Y la técnica en sí, consistente en observar tus sensaciones, lleva más de 20 años utilizándose con éxito en la Universidad de Massachusetts, en pacientes con estrés crónico.

Además, la meditación es un elemento que aparece de manera recurrente en las llamadas Terapias de 3ª Generación, las más modernas y con mayor soporte científico de las existentes en la actualidad. La meditación no es para estas terapias, que consiguen muy buenos resultados en todo tipo detrastornos, algo de carácter esotérico. Es una técnica que permite a la persona no dejarse llevar por los impulsos que le han dado problemas históricamente. Por ejemplo, para la más extendida de todas, para la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT en inglés), meditar ayuda a mejorar la llamada defusión (separar sentimientos y pensamientos de acciones).

Otro término muy en boga últimamente en los tratamientos psicológicos es el llamado Mindfulness, o atención plena. Mindfulness es una carácterística de la meditación e incide en la necesidad de permanecer atento en la vida cotidiana, apreciando cada momento porque es el único sobre el que tenemos auténtico control. Advierte acerca de que no podemos cambiar el pasado por mucho que pensemos en él. Y de que tampoco podemos cambiar el futuro por mucho que lo imaginemos. Pero si no paramos de pensar en uno y otro, perdemos el presente. La atención plena te enseña a estar centrado en lo que sucede ahora mismo.

Así, la meditación, ya sea como un ingrediente de una terapia o de forma aislada, funciona. Cada vez más estudios así parecen indicarlo. Pero aprender a meditar no es fácil (yo lo había intentado unas cuantas veces). Y, aunque se aprenda, es como cuando te sacas el carnet de conducir, los automatismos que realmente te benefician, que puedes aplicar a la vida cotidiana, no llegan hasta que has conducido un mínimo de 50.000 km. Vipássana te ofrece las dos cosas: primero la oportunidad de sacarte el carnet en un corto espacio de tiempo, de forma gratuita (si quieres, cuando terminas el curso, puedes donar algo, pero nadie te pide que lo hagas). Y luego te previene de que, para obtener los mejores resultados, practiques todos los días.

Enlace a la web de Vipássana.
Libro de meditación para niños. Recomendada para que aprendan a no dejarse llevar por sus impulsos.
Libro con la técnica de Kabat-Zinn.
Manual de ACT.


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25 septiembre 2013

Vipássana: la historia

El ser humano inventó la agricultura hace 10.000 años en Mesopotamia. Sin grandes barreras naturales o climáticas, dicho conocimiento, y el de la ganadería, se extendió hacia el Este y, en el 7000 a.C., aparecieron los primeros cultivos en el valle del Indo.

5000 años después, hacia el II milenio a.C. el valle del Indo estaba en su apogeo. Rico en recursos gracias a sus ríos, contaba con más de 5 millones de personas y conocía la planificación urbanística, el alcantarillado o la escritura.

Sin embargo, al igual que sucedió en Mesopotamia, hacia el 1500 a.C. aquella civilización colapsó, probablemente por un cambio climático, dejando paso al dominio védico, un pueblo de pastores que acabó volviéndose sedentario.

Hacia el 600 a.C. el dominio védico se había traducido en 16 monarquías hereditarias, cuyos gobernantes, apoyados por sacerdotes, decían estar emparentados con dinastías celestiales. A veces decían descender del Sol y a veces de la Luna. Fuera como fuese, los ritos religiosos estaban controlados por una élite que también ostentaba el poder. En ese contexto apareció el Hinduismo.  Y aunque con raíces védicas, la nueva religión permitía una salvación más democrática, sin necesidad de pasar por los sacerdotes.

Perteneciente a un clan hinduista del reino de Sakia, al pie de los Himalayas, Buda Gautama disfrutó de todos los placeres de una vida principesca al mismo tiempo que vivió una época convulsa, en la que se atacaban los cultos establecidos. Como noble y persona instruida, Buda recibió una educación y se versó en la religión hinduista, que es monoteísta con múltiples manifestaciones divinas y cree en la reencarnación. A través de dichas enseñanzas, Buda aprendió diferentes métodos parra llegar a la liberación (fundirse con el dios único), algo que se alcanzaba deshaciéndose del karma, bueno o malo, que se arrastra de vidas pasadas.

Pero a Buda no parecieron terminar de convencerle los métodos que había aprendido. Era un noble. Tenía dinero, poder y todo lo que pudiera desear. Tenía también tiempo libre para practicar y pensar. Lo hacía y, aún así, no alcanzaba la liberación.

¿Qué buscaba Buda? ¿Buscaba simplemente dejar de sufrir? La liberación, según le habían enseñado, consistía en llegar a un balance nulo de karma. No tener cosas que pagar ni cosas que recibir al finalizar su vida le harían fundirse con la Luz divina. Ése era su objetivo. Buda no sólo buscaba no tener que sufrir sino que también buscaba no recoger más frutos de buenas acciones en vidas futuras, porque eso también significaba reencarnarse. Si quería iluminarse, tenía que distanciarse de sus acciones, de manera que dichas acciones no entrasen a formar parte de su cuenta de resultados del karma.

Así que ideó su propio método. Un método con el que poder alejarse en vida de lo que sentía su cuerpo, haciéndole capaz de no seguir sus impulsos, ni los buenos ni los malos. Había creado Vipassana. Una técnica que, desde un punto de vista práctico, te permite pararte a pensar y tomar mejores decisiones.

De paso, también había fundado el budismo. Pero eso es otra historia.

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01 septiembre 2013

Nadal y cuándo disfrutar del sufrimiento

Rafael Nadal es un deportista de élite. Uno muy bueno. Probablemente el mejor que ha habido en España. Eso tiene un gran ventaja para los españoles y es que semana tras semana podemos leer sus declaraciones en castellano. Y, como esas declaraciones suelen alejarse de las típicas frases inconexas de otros deportistas patrios, han surgido a su alrededor toda una serie de periodistas que van más allá del titular, intentando, a través de sus declaraciones y de su juego, desentrañar las claves de su fortaleza mental.

Porque el punto fuerte de Nadal es su mente. Una mente quizá no diferente a la del resto, pero que ha sido y es esculpida día a día por un entorno familiar donde se sabe lo que significa competir a alto nivel. No obstante, su carrera deportiva ha tenido muchos altibajos. Durante 2011, en una época de crisis tras perder repetidamente contra Djokovic, salieron a la luz unas declaraciones en las que hablaba de lo mucho que le había exigido su entrenador, y tío, Toni. No durante ese año. No. Lo mucho que le había exigido cuando era un niño. Nadal ganó su primer partido ATP (competiciones de nivel mundial) con 15 años. A los 19 recién cumplidos ganó su primer Roland Garros. De modo que aquellas declaraciones hablaban de la forma que tenía de entrenarse mucho antes de aquello. De los años que forjaron su carácter. No trascendió mucho más acerca de los métodos que utilizaba su tío para entrenarle. Sólo que Nadal los consideraba en esos momentos de crisis, de frustración por las repetidas derrotas con Nole, demasiado duros para un niño. 

Sin embargo, pasaron los meses y Nadal, lejos de seguir compadeciéndose, entrenó con más ahínco, cambió su juego y comenzó a hablar en las conferencias de prensa de que una de las claves de su mejoría consistía en disfrutar del sufrimiento. Había pasado de quejarse de lo duros que habían sido sus entrenamientos cuando era un niño a apreciarlos. Cuando, poco después, tuvo que parar durante 7 meses debido a una lesión en su rodilla, es muy probable que esa mentalidad le ayudase y se afianzase, pues frases de ese estilo han copado las entrevistas que le han hecho desde su regreso. 

¿Pero qué es eso de disfrutar con el sufrimiento? ¿Es Nadal masoquista? ¿Disfruta con cualquier clase de sufrimiento? Hasta donde sabemos, Nadal ha aprendido desde niño a permanecer tranquilo en situaciones de tensión. ¿Pero de verdad permanece tranquilo? Él dice que no. Que siente nervios como todo el mundo. Que la diferencia es que se toma su tiempo a pesar de ello para pensar. Y eso es lo realmente difícil. La tendencia general de las personas es a evitar las situaciones de tensión tomando decisiones rápidas. Decisiones de huida hacia adelante (ataque) o de huida hacia detrás. La tensión nos hace sufrir. Y la gente no quiere sufrir. Así que acorta el sufrimiento. 

Pero el asunto es que esa tendencia de acortar el sufrimiento tiene todo el sentido del mundo. Si es algo tan común, y es absolutamente común, quiere decir que nos ha servido para sobrevivir como especie. Es decir, como regla general, grabada a fuego en nuestros genes, acortar el sufrimiento es muy útil. Muy útil para la especie. Es probable que por eso los entrenamientos de Rafa fueran y sigan siendo tan duros. Desde pequeño su tío le ha hecho ir contra su herencia genética, contra todos sus instintos, al alargar los periodos de sufrimiento mucho más allá de lo normal. 

¿Por qué lo ha hecho entonces, por qué lo ha aceptado? ¿Qué le ha llevado a ir contra la naturaleza humana, convirtiéndose en un maestro en ello? ¿Cuál es su motivación? En sus comparecencias Nadal también lo explica. Aprendiendo a disfrutar de esos momentos de tensión tiene más tiempo para encontrar la mejor opción. No tomando decisiones rápidas por querer evitarse el miedo, zambulléndose y aceptando que el miedo es una parte natural de la vida, es capaz de superarse día a día en lo que él considera importante. Y aquí está un poco la clave. Nadal ha aprendido a sufrir, y a disfrutar de ese sufrimiento, siempre que se lo encuentre en el camino de lo que él considera importante. Ha descubierto una y otra vez que es necesario para superarse que, más que ganar, es lo importante para él. 

Más que ganar, sí. Porque ganar no es su objetivo último. Para este chico, eso dice él también, lo más importante es mejorar. Aunque tampoco importa cuál sea el campo de mejora o que le lleve a ser rico y famoso. Como bien dicen su tío y él, no es bueno pensar que se es mejor que los demás por ser más capaz de lanzar una pelota al otro lado de una red.

Así, lo importante no es la actividad donde lo ha conseguido, sino que ha aprendido a aceptar que el sufrimiento es una parte esencial de la vida y que, si se interpone entre uno mismo y sus objetivos vitales, sus valores, su superación personal, hay que aprender a aguantar. Y, con el tiempo, disfrutar de ello. Hasta el punto de hacerlo y explicarlo frente a una audiencia de millones de personas. 

Lo cual, como decía, es un privilegio para los españoles, que lo vemos más que nadie porque nuestros medios le dan prioridad, debido a sus triunfos, semana tras semana. 

Entrevista a Toni Nadal en Jotdown. 
Artículos sobre Rafa Nadal en Tennis.com
Artículo (uno de entre muchos) de Juan José Mateo sobre la fortaleza mental de Nadal.


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30 agosto 2013

Sobre el liderazgo femenino

A pesar de ser un tema candente en nuestra sociedad, donde existe una enorme desproporción entre el número de hombres y mujeres en altos cargos, y también en el salario que cobran unos y otras por realizar el mismo trabajo, los últimos descubrimientos psicológicos vienen a decirnos que las mujeres son mejores líderes que los hombres. Lo que ocurre es que los hombres nos sentimos mal si las mujeres lo hacen mejor que nosotros. Algo que no sucede cuando las cosas son al revés. 

Las mujeres se alegran si nosotros ascendemos. Y como los seres humanos intentamos evitar el sufrimiento, lo que acaba pasando es que los que llegan arriba son los hombres. Así no sufrimos. 

Las mujeres, por otro lado, se quedan como están. Y también disfrutan, o al menos evitan el sufrimiento de ver cómo los hombres sufren. El resto de argumentaciones para justificar la situación suelen ser a posteriori y sin mucho sentido. Muchas de esas justificaciones podrían calificarse de machismo, ya sea claro o encubierto. Pero no dejan de ser justificaciones que tienen su origen en no querer sufrir viendo a una mujer ascender. 

Desde el punto de vista de los derechos de igualdad esta situación pasa por ser demencial. Pero va a seguir siendo así hasta que exista un toma de consciencia auténtica sobre qué es más necesario para nuestra sociedad, si que hombres y mujeres disfrutemos a corto plazo o que tengamos los mejores líderes. 

Enlace al artículo de la Wikipedia sobre Liderazgo transformacional.
Enlace a un extenso artículo sobre liderazgo transformacional. 
Enlace al metanálisis sobre diferencias de género en liderazgo transformacional.
Enlace al documento del INE sobre la desigualdad de género en altos cargos.
Enlace al artículo sobre cómo se sienten los hombres cuando sus parejas les superan. 
Enlace al apartado sobre sexismo ocupacional de la Wikipedia.


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26 agosto 2013

Ouija, radiestesia y otros movimientos involuntarios

Otro fantástico artículo en Mind Hacks. En esta ocasión nos encontramos con el "Efecto ideomotor", un fenómeno durante el cual realizamos movimientos sin darnos cuenta, sin ser conscientes, a pesar de percibir sus consecuencias. Esta falta de causas percibidas nos ha llevado tradicionalmente a considerar dichas experiencias como paranormales o, al menos, de difícil explicación. Curiosamente, la demostración de la existencia de dicho fenómeno tiene más de 100 años. Más de un siglo en el que el dicho conocimiento se ha mantenido más oculto que los fenómenos que puede explicar y cuyos seguidores o creyentes son legión.

Enlace al artículo.

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17 agosto 2013

A 300-year drought

When I was at High School I started to read about History. I had studied it at school before but I had never read a book of that subject by myself. So I decided to read a history encyclopedia. Volume 1, then volume 2, and so on. I think it didn't work very well. It is true that it was interesting but I do not remember many things about those readings.

However, when I was at university, studying an engineering, I found a book that changed my point of view. It was a book about the history of archaeology and, as you can read in Wikipedia, Gods, Graves and Scholars covers GreekEgyptianMesopotamian, as well as MexicanCentral American, and South American archaeology. Since then, the origin of our european civilitation, around all those ancient middle east empires, became my favourite period to read about.

It was there where agriculture, livestock and writing started and spread all over the world. And different empires from there dominated his world until a collapse around 1200 BC. 

A new study has found that a three hundred years drought could have caused the fall. 

A climate change. Another one. 

Books I would like to recommend:

  • Guns, Germs and Steel. Jared Diamond.
  • Collapse: How Societies choose to fail or succed. Jared Diamond
  • Gods, Graves and Scholars. C.W. Ceram
  • The secret of Hittites. C.W. Ceram
  • The Egyptian. Mika Waltari.



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12 julio 2013

Bueno para la especie, malo para ti

Las personas no somos máquinas. A pesar de lo que pueda parecer si nos hemos vuelto consumidores habituales de los mass media, y su publicidad más o menos explícita, las personas formamos parte del mundo animal, de una especie. Y, como todas las especies, estamos sujetos a ciertas reglas, siendo la más importante la supervivencia. Pero no hablo del instinto de supervivencia de las personas. Éste, aun siendo importante, sólo aparece en ocasiones muy puntuales. La clave es algo que engloba a cada segundo de la existencia de cada persona del planeta. Algo que nos gobierna a todos en su propio beneficio sin importarle cómo nos sintamos. Ése algo, la supervivencia de la especie, estaría en peligro si todos fuésemos felices. Pero no nos engañemos, también lo estaría si todos fuéramos llorando por las esquinas. Lo importante para la especie no tiene nada que ver con nuestro bienestar sino con que haya al menos algunos individuos preparados para cualquier eventualidad.

Hace años estuve una temporada pidiéndole a mi abuelo que me contase sus vivencias, entre ellas las de la Guerra Civil. Teruel fue uno de los pocos sitios en los que las fuerzas republicanas consiguieron recuperar terreno frente a la ofensiva de Franco. Esto hizo que en muchos pueblos, entre ellos el de mi abuelo, hubiera continuas idas y venidas de uno y otro bando. Con cada una de ellas se producían ajustes de cuentas, llegando un momento en el que, ante la duda de si alguien era de los tuyos, se mataba. En ese punto de la historia mi abuelo mostraba su admiración por lo que consideraríamos, bajo un prisma actual, un loco sanguinario. Un hombre, siempre con la pistola en la mano, que no dudaba en avasallar y ajusticiar a todo aquel que le daba mala espina. Ese hombre, que habría tenido serios problemas con la justicia en nuestros días, se había convertido en un líder carismático para los suyos. 

Que haya gente diferente es esencial para la especie. Y, aunque la especie no haya planificado tu vida de antemano, sí le conviene que tengas la que tienes. No le conviene que compitas, que sufras o que te alegres. No le conviene que seas agresivo o pasivo.  Simplemente haces lo que haces porque sí le conviene que seas diferente. Que creas en dios o que seas ateo da igual. No importa cuánto ni cómo hagas las cosas mientras te dejes llevar por tus emociones. Le conviene que seas gregario, pero también que haya líderes. Y, por supuesto, que haya excéntricos, personas que van contra corriente. A la especie le gusta la variedad. Porque, en el caso de que aparezca un desafío global (una pandemia, otra especie más fuerte, una catástrofe natural) tendrá más posibilidades de sobrevivir. Ella, no tú. Los individuos caeremos como moscas. Igual que caímos antes. Igual que caen en muchas partes del mundo. Los individuos intentamos ser felices, dejar de sufrir por pequeñeces o por cosas grandes. No lo conseguimos salvo en contadas ocasiones. Ocasiones que esperamos y que buscamos a todas horas porque estamos preparados para hacerlo.

Es cierto que, para algunas personas, seguir los dictados de la especie resulta en una vida apacible. Pero son los menos. Al resto le toca ir dando tumbos, más o menos a menudo, preguntándose por qué sufren si lo que quieren es no hacerlo. Para evitar ese sufrimiento se acude a todo tipo de estrategias. Algunas han estado ahí desde siempre, como la compañía, las emociones fuertes, la fe en algo, la imaginación o el sexo. El cerebro humano está preparado para responder adictivamente a esos estímulos. Porque son buenos para la especie (aunque no siempre para el individuo). Lo mismos genes que nos predisponen a sufrir nos ofrecen un camino para evitar el sufrimiento. Esos caminos otorgan alivio inmediato, pero perecedero, de manera que hay que recorrerlos una y otra vez (lo cual lleva al hábito y a la adicción, claro). ¿Pero cómo va a ser perjudicial soñar, tener fe, estar entre amigos, en pareja o tener sexo? Ninguna de esas cosas es perjudicial de por sí. Lo es cuando recurrimos a ellas para no aburrirnos, para evitar sentirnos mal. Lo es cuando buscamos desesperadamente cualquiera de esas cosas. Bueno, malo no es. Eso es un recurso muy valioso para la especie, que dispone así de un montón de individuos dispuestos a seguir esos caminos sin plantearse cuál es el objetivo final, sino viendo sólo el alivio a corto plazo. Para los individuos es una continua búsqueda de la siguiente dosis que les aleje de tener que pensar, de tener que evaluar posibilidades que no nos gusten. De tener que tomar decisiones que vayan en contra de intentar no sufrir.

Por si fuera poco, la civilización ha inventado todo tipo de sustitutivos placenteros todavía más fáciles de conseguir. Esos sustitutivos, basados en las propiedades adictivas de los originales, además son potenciados por la publicidad y los medios de comunicación. Como son más fáciles de conseguir necesitamos su presencia de una manera continua. Máxime cuando disfutamos del mayor número de horas de ocio que el ser humano ha conocido. La lucha por la supervivencia individual ha desaparecido en muchos países, donde ahora sólo se sufre porque aburrirnos (y los pensamientos negativos que el aburrimiento conlleva) no nos sienta bien. Para evitarlo recurrimos a todo tipo de drogas, siendo el alcohol la más relevante. Recurrimos a que otros nos entretengan, con fiestas, películas, series, telebasura, internet y redes sociales (que ofrecen un feedback inmediato a un simple gesto de ratón o a un pequeño mensaje). No queremos aburrirnos, pero nuestras sencillas y rápidas estrategias para evitarlo no nos fortalecen frente a nuevos episodios de aburrimiento. Nos dejan cada vez más indefensos, más necesitados de elementos externos que nos ofrezcan alivio. Más incapaces de hacer algo por nosotros mismos que no sea buscar lo siguiente que nos entretenga. Cuando nos aburre una película lo achacamos a la película, cuando nos aburre una comida a la comida, cuando una persona no nos entretiene cambiamos de persona, cuando una droga ya no nos hace tanto efecto, buscamos  otra. Y, en el caso de que no podamos cambiar, buscaremos mayores dosis de cada una o combinarlas: sexo con una pareja nueva, aderezado con drogas y alcohol, mientras lo grabo en vídeo para verlo más tarde. Parece un buen plan si esas cosas por separado ya no te ponen como antaño.

Visto lo visto, parece que a la especie se le han ido las cosas de las manos pero hay elementos para dudarlo. La población del planeta no para de crecer, hay más personas genéticamente diferentes y menos predadores potenciales. Gracias a la falta de amenazas, somos cada vez más gordos, más vagos y más inseguros sin razón. La población de gente que no se para a pensar sigue inalterada en porcentaje. Y, como ahora existen más y más fáciles alternativas al aburrimiento (no implican riesgo vital), sufrimos más porque nos damos a placeres cada vez más vacuos, perecederos y seguros. Emocionalmente pueden dejarnos hechos polvo pero no nos matarán y, en cambio, nos predispondrán a buscar algo parecido en el futuro. Una y otra vez.

El resultado es toda una población diversificándose genéticamente sin pérdida de individuos. Para la especie son todo buenas noticias. Si algún día llega la gran catástrofe estará mejor preparada. Para ti, que sólo tienes una vida y la malgastas intentando no sufrir y buscando que otros te hagan feliz, quizá no sean tan buenas.

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08 junio 2013

¿Hay alternativas al alcohol?

Hace poco ha aparecido en los medios que el gobierno piensa hacer pagar a los padres los ingresos y cuidados hospitalarios de sus hijos cuando medie un coma etílico.

No deja de parecer ésta, como muchas otras últimamente, una medida para ahorrar en gastos médicos de la sanidad pública.

La diferencia estriba en que bastante gente está de acuerdo.

Culturalmente solemos pensar que las personas han de pagar por sus pecados. Así, vemos con más indulgencia al paciente de cáncer de pulmón que no ha fumado nunca que al que sí lo ha hecho. Y algo parecido puede aplicarse a este caso. La culpa de un hijo borracho, menor de edad, bien puede ser de los padres.

Pero claro, si miramos las estadísticas, la mayoría de los adolescentes asocia el divertirse el fin de semana con beber en grandes cantidades. Más o menos todos los padres lo deben estar haciendo mal.

El alcohol es muy reforzante. Deshinibe de inmediato y ayuda a entablar relaciones. Como se admite desde la psicofarmacología, es el "medicamento" más utilizado para superar la fobia social. También sirve para ahogar penas y preocupaciones. ¿Qué alternativa existe a algo así?

Sin duda las hay, pero son más costosas, tanto en esfuerzo como en tiempo.

Lo malo es que es probable que nuestros padres de adolescentes tuvieran parecidas costumbres en su juventud. Y, por tanto, no tengan alternativas que ofrecer

Así, estos padres van a pagar por no ser un ejemplo para sus hijos. Pero ellos tampoco tuvieron muchas oportunidades. Muy probablemente los abuelos y demás antepasados también fueron humanos, tendentes al cortoplacismo satisfactorio y, por tanto, tampoco resultaron el mejor de los modelos.

El resultado es un panorama desolador. Sin alternativas saludables, sin gente capaz de implementarlas y ofrecerlas, es posible que el número de casos de coma etílico disminuya a causa de la ley, pero será sustituido por intoxicaciones con otras drogas o, peor, por comas etílicos no tratados.

A menos que se haga el esfuerzo de ofrecer alternativas, menos satisfactorias a corto plazo y que, por tanto, requerirán una fuerte implicación hasta obtener beneficios a medio o largo plazo que las mantengan, éstas nunca se impondrán a la solución rápida de beber.

Libro recomendado: Addiction-Proof your child. Stanton Peele.



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29 mayo 2013

La belleza no está en el interior

Ser atractivo es el mejor predictor para el éxito en la vida. Es mejor ser atractivo (físicamente) que inteligente, que rico, que alto, que íntegro, que valiente, que prudente, que trabajador, que bueno o que malo.

No hay nada más importante. Incluso si ya te conocen y se pone en marcha el efecto de regresión a la media, según el cual alguien no atractivo pasa a ser normal cuando lo ves más veces, y alguien atractivo también pasa a ser normal.

Porque hay un efecto mucho más poderoso, el efecto halo: cuando vemos a alguien atractivo inmediatamente pensamos que también es inteligente y buena persona. Esto parece ser debido al efecto de primacía que ejerce la apariencia física. Como la apariencia física es lo primero que solemos percibir de una persona, es su atractivo (o falta de él) lo que nos guiará a través de evaluaciones posteriores.

Si unimos lo anterior al efecto pigmalion, que hace que una persona detecte de manera subconsciente lo que se piensa o se espera de ella, haciendo que actúe en la línea de no defraudar las espectativas, tenemos un cuadro de lo más políticamente incorrecto.

Pero los resultados están claros: las personas atractivas son más abiertas e intervienen antes en las conversaciones. Y esto es así porque los demás tienden a escucharles y alentarles más. A la larga, eso les hace ser más experimentadas y alcanzar mayores logros. Porque, a pesar de que no sean más inteligentes por ser atractivas, sí que resultarán ser más perseverantes porque la gente será más indulgente con sus errores. Y de la perseverancia nacerá el éxito, ya en la etapa escolar. Aunque, en esa etapa  también puede ser una fuente de problemas, pues puede exacerbar la independencia con respecto a los progenitores.

Sin embargo también hay un límite a la belleza. Si se es demasiado guapo, sobre todo si se es mujer, la gente pensará que se es malvado. E incluso puede que tengan razón.

Ahora bien, el tema fundamental sobre la belleza es quién saca partido de que las cosas sean así. Indudablemente las personas atractivas se lo sacan, sobre todo si viven en un entorno urbano. Pero la mayoría de ellas no le sacan todo el partido que podrían. Son más felices y cuando estás contento no te paras a pensar en cómo estarlo más.

Quien sí ha estudiado el tema a fondo es el mundo de la publicidad. Ganan un montón de dinero a nuestras expensas. Y no sólo socavando nuestros bolsillos, sino también nuestra felicidad y salud.

Recomendación: Pensar rápido, pensar despacio.




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