12 julio 2013

Bueno para la especie, malo para ti

Las personas no somos máquinas. A pesar de lo que pueda parecer si nos hemos vuelto consumidores habituales de los mass media, y su publicidad más o menos explícita, las personas formamos parte del mundo animal, de una especie. Y, como todas las especies, estamos sujetos a ciertas reglas, siendo la más importante la supervivencia. Pero no hablo del instinto de supervivencia de las personas. Éste, aun siendo importante, sólo aparece en ocasiones muy puntuales. La clave es algo que engloba a cada segundo de la existencia de cada persona del planeta. Algo que nos gobierna a todos en su propio beneficio sin importarle cómo nos sintamos. Ése algo, la supervivencia de la especie, estaría en peligro si todos fuésemos felices. Pero no nos engañemos, también lo estaría si todos fuéramos llorando por las esquinas. Lo importante para la especie no tiene nada que ver con nuestro bienestar sino con que haya al menos algunos individuos preparados para cualquier eventualidad.

Hace años estuve una temporada pidiéndole a mi abuelo que me contase sus vivencias, entre ellas las de la Guerra Civil. Teruel fue uno de los pocos sitios en los que las fuerzas republicanas consiguieron recuperar terreno frente a la ofensiva de Franco. Esto hizo que en muchos pueblos, entre ellos el de mi abuelo, hubiera continuas idas y venidas de uno y otro bando. Con cada una de ellas se producían ajustes de cuentas, llegando un momento en el que, ante la duda de si alguien era de los tuyos, se mataba. En ese punto de la historia mi abuelo mostraba su admiración por lo que consideraríamos, bajo un prisma actual, un loco sanguinario. Un hombre, siempre con la pistola en la mano, que no dudaba en avasallar y ajusticiar a todo aquel que le daba mala espina. Ese hombre, que habría tenido serios problemas con la justicia en nuestros días, se había convertido en un líder carismático para los suyos. 

Que haya gente diferente es esencial para la especie. Y, aunque la especie no haya planificado tu vida de antemano, sí le conviene que tengas la que tienes. No le conviene que compitas, que sufras o que te alegres. No le conviene que seas agresivo o pasivo.  Simplemente haces lo que haces porque sí le conviene que seas diferente. Que creas en dios o que seas ateo da igual. No importa cuánto ni cómo hagas las cosas mientras te dejes llevar por tus emociones. Le conviene que seas gregario, pero también que haya líderes. Y, por supuesto, que haya excéntricos, personas que van contra corriente. A la especie le gusta la variedad. Porque, en el caso de que aparezca un desafío global (una pandemia, otra especie más fuerte, una catástrofe natural) tendrá más posibilidades de sobrevivir. Ella, no tú. Los individuos caeremos como moscas. Igual que caímos antes. Igual que caen en muchas partes del mundo. Los individuos intentamos ser felices, dejar de sufrir por pequeñeces o por cosas grandes. No lo conseguimos salvo en contadas ocasiones. Ocasiones que esperamos y que buscamos a todas horas porque estamos preparados para hacerlo.

Es cierto que, para algunas personas, seguir los dictados de la especie resulta en una vida apacible. Pero son los menos. Al resto le toca ir dando tumbos, más o menos a menudo, preguntándose por qué sufren si lo que quieren es no hacerlo. Para evitar ese sufrimiento se acude a todo tipo de estrategias. Algunas han estado ahí desde siempre, como la compañía, las emociones fuertes, la fe en algo, la imaginación o el sexo. El cerebro humano está preparado para responder adictivamente a esos estímulos. Porque son buenos para la especie (aunque no siempre para el individuo). Lo mismos genes que nos predisponen a sufrir nos ofrecen un camino para evitar el sufrimiento. Esos caminos otorgan alivio inmediato, pero perecedero, de manera que hay que recorrerlos una y otra vez (lo cual lleva al hábito y a la adicción, claro). ¿Pero cómo va a ser perjudicial soñar, tener fe, estar entre amigos, en pareja o tener sexo? Ninguna de esas cosas es perjudicial de por sí. Lo es cuando recurrimos a ellas para no aburrirnos, para evitar sentirnos mal. Lo es cuando buscamos desesperadamente cualquiera de esas cosas. Bueno, malo no es. Eso es un recurso muy valioso para la especie, que dispone así de un montón de individuos dispuestos a seguir esos caminos sin plantearse cuál es el objetivo final, sino viendo sólo el alivio a corto plazo. Para los individuos es una continua búsqueda de la siguiente dosis que les aleje de tener que pensar, de tener que evaluar posibilidades que no nos gusten. De tener que tomar decisiones que vayan en contra de intentar no sufrir.

Por si fuera poco, la civilización ha inventado todo tipo de sustitutivos placenteros todavía más fáciles de conseguir. Esos sustitutivos, basados en las propiedades adictivas de los originales, además son potenciados por la publicidad y los medios de comunicación. Como son más fáciles de conseguir necesitamos su presencia de una manera continua. Máxime cuando disfutamos del mayor número de horas de ocio que el ser humano ha conocido. La lucha por la supervivencia individual ha desaparecido en muchos países, donde ahora sólo se sufre porque aburrirnos (y los pensamientos negativos que el aburrimiento conlleva) no nos sienta bien. Para evitarlo recurrimos a todo tipo de drogas, siendo el alcohol la más relevante. Recurrimos a que otros nos entretengan, con fiestas, películas, series, telebasura, internet y redes sociales (que ofrecen un feedback inmediato a un simple gesto de ratón o a un pequeño mensaje). No queremos aburrirnos, pero nuestras sencillas y rápidas estrategias para evitarlo no nos fortalecen frente a nuevos episodios de aburrimiento. Nos dejan cada vez más indefensos, más necesitados de elementos externos que nos ofrezcan alivio. Más incapaces de hacer algo por nosotros mismos que no sea buscar lo siguiente que nos entretenga. Cuando nos aburre una película lo achacamos a la película, cuando nos aburre una comida a la comida, cuando una persona no nos entretiene cambiamos de persona, cuando una droga ya no nos hace tanto efecto, buscamos  otra. Y, en el caso de que no podamos cambiar, buscaremos mayores dosis de cada una o combinarlas: sexo con una pareja nueva, aderezado con drogas y alcohol, mientras lo grabo en vídeo para verlo más tarde. Parece un buen plan si esas cosas por separado ya no te ponen como antaño.

Visto lo visto, parece que a la especie se le han ido las cosas de las manos pero hay elementos para dudarlo. La población del planeta no para de crecer, hay más personas genéticamente diferentes y menos predadores potenciales. Gracias a la falta de amenazas, somos cada vez más gordos, más vagos y más inseguros sin razón. La población de gente que no se para a pensar sigue inalterada en porcentaje. Y, como ahora existen más y más fáciles alternativas al aburrimiento (no implican riesgo vital), sufrimos más porque nos damos a placeres cada vez más vacuos, perecederos y seguros. Emocionalmente pueden dejarnos hechos polvo pero no nos matarán y, en cambio, nos predispondrán a buscar algo parecido en el futuro. Una y otra vez.

El resultado es toda una población diversificándose genéticamente sin pérdida de individuos. Para la especie son todo buenas noticias. Si algún día llega la gran catástrofe estará mejor preparada. Para ti, que sólo tienes una vida y la malgastas intentando no sufrir y buscando que otros te hagan feliz, quizá no sean tan buenas.

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