En las primeras etapas de la infancia el comportamiento del niño es claramente egocéntrico. Al igual que la humanidad en la Edad Media, cuando somos pequeños pensamos que el universo gira a nuestro alrededor. Otra de las creencias que todos albergamos durante nuestros primeros años de vida es la de que podemos llevar a término cualquier cosa. Ya sea una tarea fácil, difícil o incluso imposible, nosotros pensamos sinceramente que seremos capaces de realizarla.
Con el paso del tiempo descubrimos que los demás niños y niñas también sienten y padecen y que no son sólo figurantes en la peli en la que hacemos de protagonistas. Además, la vida (lo que aprendemos) también nos termina enseñando cuáles son (o cuáles creemos que son) nuestros límites.
Estos cambios no se producen siempre a la misma edad o con la misma rapidez en todas las personas. En concreto, aquellas personas que solemos denominar narcisistas parecen no abandonar nunca esas características. Algunos incluso las potencian con los años.
La noticia es que el narciso es el prototipo de líder nato. Un par de estudios, que he leído en Science Daily, se adentran en posibles explicaciones mientras señalan que, aquella persona con mayor grado de narcisismo, no sólo se ve a sí misma como un líder sino que también es percibida así por los demás.
Estadísticamente los narcisos tienen que existir. Por mucho que ciertas ideologías digan que no, en nuestra naturaleza está que tiene que haber personas que hagan de líderes así que, diciendo una cifra al azar, uno de cada diez de entre nosotros se encuentra, en un cierto momento de su vida, con que no tiene por qué abandonar sus hábitos egocéntricos y su inflada autoestima: la gente le hace caso cuando habla, espera sus órdenes y permanece atenta a cualquiera de sus reacciones.
La mala noticia es que ese tipo de líderes no hacen mejorar al grupo que lideran. Es más, los mismos estudios que citaba antes han comprobado cómo los narcisos no toman mejores decisiones que cualquier otra persona. Sólo toman una. Con mucha convicción, eso sí. Esa seguridad en sí mismos y la querencia por ser escuchados es la que mantendrá la atención circundante. Sin embargo, al no poseer empatía ni ser capaces de hacer autocrítica, o soportar la de los demás, el ideario del grupo que dirigen tenderá a estancarse.
La buena noticia es que, estadísticamente, algunos de estos narcisos (pocos) han de ser inteligentes, además de poseer algunas influencias que les hagan proclives a la autocrítica y a la empatía.
La segunda buena noticia es que, dado que todos hemos sido narcisos (y líderes potenciales) cuando éramos pequeñitos, disponemos de los circuitos neuronales (más o menos atrofiados) para serlo de nuevo. Es decir, en un momento dado podemos aprender a dirigir a un grupo. Y si, además, durante nuestra etapa de gregarios hemos desarrollado la empatía y la autocrítica, podremos ser mejores líderes para los demás que muchos que lo han sido toda la vida.
Eso sí, recuerden que, de nuevo, estadísticamente no todos podremos serlo.
Narcisismo y liderazgo