Son las 11 de la mañana. Suena el timbre y los niños salen al recreo. La mayoría lo hacen corriendo, gritando. En un instante se forman los grupos, los mismos de siempre, que van colocándose en los sitios de siempre. Unos entablan conversaciones, risueñas unas, "serias" otras, "conspirativas" de vez en cuando. Otros juegan con una pelota, con una cinta, con los juguetes de los reyes o la comunión. Unos pocos intentan congeniar con el, a veces atrayente, pero a todas luces incomprensible, género opuesto. Los rezagados salen por la puerta con todo el pescado vendido. Con suerte en pareja, casi siempre en solitario. Con la cabeza gacha intentan que nadie se dé cuenta de su presencia mientras se dirigen a su rincón preferido. Allí intentarán que el recreo pase lo más deprisa posible, enfrascándose en un videojuego o, cada vez menos, en un tebeo (de libros ya ni hablamos). Uno de cada 1000 intentará resolver los problemas propuestos por los profesores durante la mañana. Cuando lo consiga una sensación de triunfo hará que una sonrisa aparezca en su cara. Pero no durará mucho. Sin nadie con quien compartir que algo así pueda provocar placer (y con muchos que aprovecharían la ocasión para recriminarle su inteligencia), intentará de nuevo pasar desapercibido.
Mientras tanto, alguien ha conseguido marcar el gol del triunfo en el recreo de hoy. El héroe, agarrando la pelota, sale corriendo mientras sus compañeros le persiguen para abrazarle. A todos les embarga una sensación de entusiasmo y no hay nada que les impida compartirla. Más bien al contrario. Cualquiera de ellos (también los que hayan perdido hoy) buscarán esa sensación en los próximos recreos.
Pero no todos estaban jugando a fútbol. Para un chico y una chica nada de lo sucedido hoy tendrá importancia salvo los ojos del otro. Se gustan y, superando la vergüenza, se lo han dicho el uno al otro. Poco importará que el amor eterno que algún día se jurarán, si no ha sido hoy ya, dure más allá de una semana. En ambos se ha grabado a fuego un sentimiento que buscarán con más o menos éxito el resto de su vida.
Los que habían formado corros para hablar comienzan a darse cuenta de que el recreo se ha acabado. Durante media hora todos han intentado ser el centro de atención con mayor o menor éxito. Los graciosos, los sabiondos, los empáticos, los quejicas y los líderes han puesto a prueba sus habilidades (quién sabe en qué medida innatas o aprendidas) y, quien más quien menos, también han obtenido sus pequeñas (o grandes) satisfacciones al ser escuchados. Si han sido pequeñas puede que en el siguiente recreo intenten cambiar para ser como el que ha sido escuchado atentamente por todos. Con el tiempo cada uno de ellos irá descubriendo sus puntos fuertes y débiles, y sus métodos para procurarse satisfacciones se depurarán hasta volverse automáticos. Al cabo de unos años ninguno de ellos se acordará de todas las pruebas y error que llevaron a cabo en aquellos recreos. Bueno... puede que alguien sí lo haga.
Fuente (vía Menéame): la sed por el conocimiento también activa los circuitos del placer.
28 mayo 2010
Placeres más o menos socialmente aceptables (y entendibles)
Publicado por Un barquero chiquitito en 5:13 p. m.
Temática:
Ciencia,
psicología,
sociología
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2 comentarios:
¿lo has escrito tú? Porque me ha encantado. Interesante el artículo de los placeres y el conocimiento.
Chau.
Gracias! Sí, lo escribí yo. Pongo fuente porque me inspiró. :-)
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