En el anterior artículo habíamos visto qué buscaba Buda
cuando inventó la técnica. Quería, como buen hinduista, no alterar su karma,
separar sus acciones de sus instintos aumentando sistemáticamente la
consciencia de los mismos.
Buda perseguía con ello alcanzar el paraíso de
su religión, abandonar la rueda de reencarnaciones. Hoy en día, en cambio, lo
que le interesa a la ciencia, y no poco, son las consecuencias prácticas de la
técnica que inventó.
Parece que Buda se dio cuenta, ya en aquella época, de que
las emociones llevan asociadas sensaciones corporales. Cuando vemos, oímos,
tocamos, olemos o saboreamos algo, nuestro cuerpo reacciona automáticamente
provocando una sensación corporal. Ver una serpiente hace que nuestro cuerpo se
ponga en tensión, oír a un niño llorar despertará a cualquier progenitor por
dormido que esté, tocar algo suave nos inducirá calma, oler algo en estado de
descomposición hará que queramos alejarnos de un lugar y sentir cómo un trago
de agua fresca recorre nuestra sedienta boca nos tranquilizará, relajando
nuestros músculos.
Estas respuestas naturales tan características son, en
principio, sólo corporales. Implican aumento o disminución del torrente
sanguíneo, estado o no de alerta… No son conductas aprendidas sino que tienen
un factor genético muy fuerte. Una persona que nunca haya visto una serpiente siempre sentirá que su cuerpo se pone en tensión al ver una por primera vez.
Lo que ocurre es que nuestro cerebro inmediatamente aprende
a asociar y memorizar situaciones y sus sensaciones con sentimientos agradables
o desagradables. Esos sentimientos agradables se producen al activarse nuestros
circuitos de recompensa, de tal manera que nos volvemos adictos a ese tipo desensación. Nos gusta. “Sentimos” que es buena y tendemos a buscarla.
Lo contrario sucede cuando nuestro cuerpo se encuentra con
sensaciones desagradables. Recuerda que las últimas veces que se encontró con
ellas hubo peligro y no quiere volver a exponerse a ellas. Las “sentimos” como malas. Tendemos a evitarlas.
Ahora bien, aprender a buscar lo satisfactorio y evitar lo
doloroso es una capacidad que tiene cualquier vertebrado. Pero el ser humano viene
con un par de extras. Por un lado, somos capaces de aprender un lenguaje y
asociar palabras e historias a sensaciones. Con lo cual no necesitamos que una
situación nos provoque una sensación. Nos basta con pensar en la situación, sin
necesidad de vivirla. Además, podemos incluso tener las sensaciones de otro a
través de la llamada empatía.
Estas capacidades nos han dado enormes réditos como especie.
Durante decenas de miles de años hemos sido capaces de imaginar situaciones
peligrosas sin necesidad de exponernos a ellas, elaborando así estrategias de
futuro sin correr riesgos. También hemos sido capaces de aprender de nuestros
errores rememorando hechos pasados. Asimismo, a través de la empatía, hemos
creado vínculos sociales cada vez más fuertes y extensos, lo cual nos ha
protegido frente a todo tipo de peligros.
Estas tres cosas eran realmente útiles cuando nos jugábamos
la vida día tras día en la prehistoria. Pero desde que el hombre descubrió la
agricultura empezamos a disfrutar de algo que, hasta
entonces, era un bien escaso: el tiempo libre.
Por así decirlo, hasta entonces los seres humanos siempre
andaban apretándose el cinturón para llegar a fin de mes. Sin control sobre lo
que iban a poder obtener de la naturaleza, cada hombre, mujer y niño de una
tribu, incluyendo los supuesto jefes o chamanes, tenían que implicarse al
máximo en todo tipo de tareas esenciales para la supervivencia (y ni así lo conseguían en muchos casos). En cambio, cuando surgen la agricultura y la
ganadería resulta posible almacenar alimentos, todo se vuelve menos peligroso (salvo que al aglomerarnos somos más vulnerables a epidemias),
y aparece una figura encargada de gestionar las reservas. Esa persona encargada
está todavía menos expuesta a peligros vitales, y como tiene el alimento de la
tribu en sus manos, adquiere poder y, gracias a él, tiempo libre, al menos para
sus allegados..
Sin embargo, de la genética no se libra nadie. El cerebro de
esa persona sigue siendo el de un ser humano, preparado para recordarle errores
pasados y advertirle sobre el futuro. Durante todas las horas del día, durante
todos los días de su vida. Y como no hay nada vital sobre lo que elucubrar se
dedica a rememorar o advertir acerca de trivialidades. Trivialidades que, a
base de ser repetidas una y otra vez, se vuelven importantes. Esto es con lo
que se encontró Buda, que era un príncipe con mucho tiempo libre en una
sociedad de agricultores ganaderos, y lo que Buda trató de resolver. Y también
es con lo que nos encontramos en nuestro mundo moderno, una de las
incomodidades que nos ha traído el estado de bienestar.
¿Cómo lo intentó resolver aquel príncipe? Como hemos dicho,
se dio cuenta de que había una conexión permanente entre sensaciones
corporales, sentimientos y palabras (dichas, escuchadas o pensadas). Se dio
cuenta de que el karma aumentaba porque sus actos obedecían inmediatamente a
sus sensaciones corporales. Eso a veces resultaba correcto (reacción frente a
serpientes). Sin embargo, en otras ocasiones esas sensaciones corporales nada
tenían que ver con el presente. Eran fruto de un pensamiento, de un recuerdo,
de una fantasía. Y su cuerpo las seguía también. Así que inventó una técnica
para ponerse en medio y que la conexión sensación-acción no fuese inmediata.
Una técnica que le diese tiempo para decidir qué hacer. Y lo más importante,
ideó un contexto que permitía que cualquiera, en un corto espacio de tiempo,
fuera capaz de darse cuenta de que ponerse en medio era viable y
beneficioso.
Ese contexto, el contexto en el que se desarrolla la
práctica de Vipássana, es muy, muy importante. Durante 10 días, las personas,
voluntariamente, se abstienen de hablar, mirar o intentar comunicarse de
cualquier forma con otras personas. También se abstienen de entretenerse con
cualquier cosa (TV, Internet, escritura, pintura, rezos, lectura, ejercicio
físico, personas del sexo contrario). La técnica se practica durante 10 horas
al día, al final de las cuales se escucha una charla aclaratoria, en la que se
alienta y se previene sobre posibles errores.
La técnica no es difícil. Básicamente consiste en estar
atento a tus sensaciones corporales, cuando tú quieres, de una manera
sistemática, sin importar cuáles sean. Así, te terminas dando cuenta de que las
sensaciones no tienen por qué ser seguidas de una acción. El dolor, el placer,
la búsqueda de sensaciones perdidas por no tenerlas a tu alcance en tu
aislamiento, el picor, el sudor, todo deja de molestarte o apetecerte, todo
pierde fuerza con el tiempo. Porque te das tanto tiempo que no puede ser de
otra manera. También los pensamientos, que van y vienen durante la práctica,
pierden fuelle cuando no les haces caso. Y, al cabo de las más de 100 horas de
meditación e introspección que tiene el curso de 10 días, te das cuenta de dos
cosas. Primero de que estás agotado. Segundo, de que no es necesario seguir a
tus sentimientos o a tus sensaciones, y de que es mucho más difícil de ver en
tu mundo, lleno de entretenimiento y cosas que hacer inmediatamente.
Ya desde un punto de vista psicológico, la técnica es
espectacular. Cumple todos los requisitos de éxito terapéutico, comenzando por conseguir que una persona se comprometa a seguir un
tratamiento, lo cual es el principal indicador de éxito del mismo. Por otra parte, los
tratamientos intensivos se han demostrado al menos igual de eficaces que los de
larga duración en multitud de terapias. Y la técnica en sí, consistente en
observar tus sensaciones, lleva más de 20 años utilizándose con éxito en la Universidad de Massachusetts, en
pacientes con estrés crónico.
Además, la meditación es un elemento que aparece de manera
recurrente en las llamadas Terapias de 3ª Generación, las más modernas y con
mayor soporte científico de las existentes en la actualidad. La meditación no
es para estas terapias, que consiguen muy buenos resultados en todo tipo detrastornos, algo de carácter esotérico. Es una técnica que permite a la persona
no dejarse llevar por los impulsos que le han dado problemas históricamente.
Por ejemplo, para la más extendida de todas, para la Terapia de Aceptación y
Compromiso (ACT en inglés), meditar ayuda a mejorar la llamada defusión
(separar sentimientos y pensamientos de acciones).
Otro término muy en boga últimamente en los tratamientos
psicológicos es el llamado Mindfulness, o atención plena. Mindfulness es una carácterística de la meditación e incide en la necesidad de permanecer atento en la vida
cotidiana, apreciando cada momento porque es el único sobre el que tenemos
auténtico control. Advierte acerca de que no podemos cambiar el pasado por
mucho que pensemos en él. Y de que tampoco podemos cambiar el futuro por mucho
que lo imaginemos. Pero si no paramos de pensar en uno y otro, perdemos el
presente. La atención plena te enseña a estar centrado en lo que sucede ahora
mismo.
Así, la meditación, ya sea como un ingrediente de una
terapia o de forma aislada, funciona. Cada vez más estudios así parecen indicarlo. Pero aprender a meditar no es fácil (yo lo había intentado unas
cuantas veces). Y, aunque se aprenda, es como cuando te sacas el carnet de
conducir, los automatismos que realmente te benefician, que puedes aplicar a la
vida cotidiana, no llegan hasta que has conducido un mínimo de 50.000 km. Vipássana
te ofrece las dos cosas: primero la oportunidad de sacarte el carnet en un corto espacio de tiempo, de
forma gratuita (si quieres, cuando terminas el curso, puedes donar algo, pero
nadie te pide que lo hagas). Y luego te previene de que, para obtener los
mejores resultados, practiques todos los días.
Enlace a la web de Vipássana.
Libro de meditación para niños. Recomendada para que
aprendan a no dejarse llevar por sus impulsos.
Libro con la técnica de Kabat-Zinn.
Manual de ACT.
ACT para la vida cotidiana (otro más en castellano).
ACT para las relaciones de pareja (en inglés).
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