21 octubre 2007

Corre, corre que te pillo.

A la milicia romana (esa que conquistó todo el mediterráneo y buena parte de Europa hace 2000 años) se la entrenaba, entre otras cosas, para que pudieran recorrer 40km diarios durante meses.

Hoy en día serían de los pocos que podrían aguantar el ritmo de deshielo veraniego del ártico: 20km al día (lo normal hasta hace poco eran 5). Las consecuencias, como siempre, pueden ser terribles.

O por lo menos eso dice Carlos Duarte, Premio Nacional de Investigación 2007, en una interesante entrevista en Público:

esa cobertura de hielo, que podía tener hace unas décadas del orden de 10 ó 14 millones de kilómetros cuadrados, es una especie de espejo que refleja la radiación hacia el espacio. Es una radiación que no está siendo absorbida como calor en la Tierra.

Cuando ese océano que es blanco se transforma en azul, con agua en la superficie, la radiación que se reflejaba se absorbe. Esto supone un incremento enorme de la cantidad de calor que está siendo retenida en el planeta y es, probablemente, un impulso al calentamiento.

El debate en ciencia es cuál es el alcance de este cambio. La percepción pública de que la comunidad científica no se pone de acuerdo se debe a que la presencia de ambas teorías, los que admiten el cambio climático y los escépticos, en los medios de comunicación es de un 50%, cuando en la comunidad científica sería de 999 a 1. A esos científicos que tienen opiniones escépticas, que normalmente no fundamentan en publicaciones científicas, se les está dando una cancha excesiva.
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