Hace siete décadas, en 1955, Estados Unidos comenzó a enviar tropas a Vietnam. Durante años la población estadounidense se posicionó de manera unánime en favor de la intervención. Incluso Noam Chomskytardó un tiempo en darse cuenta de que algo iba mal. "Sólo" en 1962 comenzó a dar charlas explicando las atrocidades que su país estaba cometiendo y a denunciar a los que, sabiéndolo, o bien mentían deliberadamente o simplemente se callaban. No fue sencillo. Hasta 1968 fue, de hecho, peligroso. La gente había sufrido tal alienación que incluso la certera, calmada y extensamente documentada disensión de Chomsky necesitaba protección policial cuando se hacía en público.
La crítica de Chomsky hacia los que, con su no querer saber nada, con su silencio, con sus omisiones o incluso con su posicionamiento consciente a favor de la agresión, dejaban o incluso apoyaban la continuación de las atrocidades se materializó en 1967 en su ensayo The responsibility of intellectuals.
Al principio del ensayo Chomsky distingue claramente quién tiene el tiempo libre, los recursos y el conocimiento necesario para darse cuenta de lo que está sucediendo:
Los intelectuales tienen la posibilidad de mostrar los engaños de los gobiernos, de analizar los actos en función de sus causas, de sus motivos y de las intenciones subyacentes.
La democracia de tipo occidental otorga a una minoría privilegiada el tiempo libre, los instrumentos materiales y la instrucción que permiten la búsqueda de la verdad escondida tras el velo de deformaciones, de falsas representaciones, de la ideología y de los intereses de clases, a través de los cuales se nos da la historia inmediata.
E identificadas esas personas, Chomsky continúa con cómo se reparten las responsabilidades entre la población a la hora de denunciar que algo no está yendo bien en la sociedad:
Las responsabilidades de los intelectuales son, por consiguiente, mucho más profundas que la responsabilidad de los pueblos dados los privilegios únicos de que gozan los primeros.
La responsabilidad de los intelectuales consiste en decir la verdad y revelar el engaño.
En el resto del ensayo da infinidad de ejemplos de "intelectuales" (políticos, periodistas, académicos...) que mintieron u ocultaron información en sus intervenciones públicas con objeto de apoyar la guerra, o de no enfadar a los que lo hacían. Con la ventaja que nos da la investigación histórica que ha venido después, algunas de esas intervenciones nos pueden parecer hasta risibles. Hasta Hollywood ha hecho ya muchas películas en contra de la intervención americana.
Sin embargo, la clave está en que en aquel entonces, mientras las bombas y el agente naranja caían, el acceso a la información necesaria para criticar la intervención, o la capacidad de buscar esa información, estaba al alcance de sólo unos pocos. Y la gran mayoría de los que tenían esa capacidad, y por tanto esa responsabilidad, no la utilizaron, ni la asumieron.
Millones de personas murieron por su culpa. Muchos millones más siguen sufriendo las consecuencias.
Sin embargo, la responsabilidad de los intelectuales, aquellas personas con formación académica, recursos económicos y tiempo libre, no terminó tras lo sucedido en Vietnam. La responsabilidad con nuestra sociedad de decir la verdad y revelar el engaño está, y seguirá, siempre presente.
Hablaba en mi anterior post de cómo España, adalid del catolicismo hacia 1500, conquistó e hizo algo a medio camino entre colonizar y culturizar América.
De hecho, fue precisamente gracias a que España era católica que se hizo algo bueno en las nuevas provincias durante el dominio hispánico. Sí, bueno. Y sí, gracias al clero.
Hay que entender que en en la Edad Media el analfabetismo era la norma en Europa. Sólo algunos nobles sabían leer y escribir, normalmente con el objetivo de manejar sus tierras y sus ejércitos. En contraste, las órdenes religiosas habían sido guardianes y copistas de los pocos libros que se conservaban de la antigua Roma y Grecia y contaban con los únicos intelectuales.
Además, merced a la visión de monarcas integradores como Alfonso X, que supo reconocer el superior nivel cultural judío y musulmán, España pasó a liderar la educación superior europea al final de la Edad Media, primacía que se extendió hasta los siglos XV y XVI. Durante ese tiempo los monjes españoles pasaron de los monasterios a dirigir colegios mayores, menores y universidades. Por si fuera poco, también establecieron la meritocracia como requisito de acceso a la educación superior, reservándola, al menos sobre el papel, a los más capaces, independientemente de su origen.
Es decir, los clérigos españoles no sólo eran el modelo intelectual de la época, también lideraban en moral y progresismo. Por ello, cuándo Colón llegó a América y España comenzó a colonizarla (explotando a los nativos), el clero español se reunió en múltiples ocasiones para debatir puntos, tan inverosímiles para cualquier imperio, como si se tenía derecho a conquistar esas tierras o a sus habitantes, o para promulgar la igualdad de todos los pueblos, independientemente de sus color de piel o de su fe.
La influencia clerical era tal que los reyes españoles, los monarcas más poderosos de la época, no podían escribir leyes sin consultarles antes. Esas consultas podían durar meses. Tras ellas, algunos clérigos aconsejaron forzar a los indios a la conversión, incluso por la conquista, pero otros muchos abogaron por ofrecer educación a los nativos, aunque fuese laica!, sin obligarles a ello. Y lo propusieron así por considerar que aquellas gentes, tan aparentemente distintas, tenían los mismos derechos que cualquier católico.
Aún así, y como comentaba en mi anterior post, la influencia eclesiástica no impidió la conquista, genocidio incluído, ni la colonización, aunque sí suavizó la tercera y, a la postre, fue responsable de que Felipe II ordenase detener la primera a partir de 1573.
Mapa español del Mundo conocido en 1573. Visto aquí.
También es probable que Felipe II tuviera otra buena razón para frenar la conquista: no había españoles suficientes para más territorio. Australia y otras islas cercanas se habían descubierto poco antes, pero nunca se intentó colonizarlas (curiosamente, eso lo aprovecharían muy bien los ingleses, quienes tras tomar Manila en 1762, usaron los mapas españoles que allí se guardaban para "descubrirlas" ellos mismos pocos años después).
Sin embargo, las tierras que ya se habían conquistado demostraron ser una fuente enorme de recursos. Para explotarlos los españoles torturaron a los indígenas, muchas veces hasta la muerte, obligándoles a trabajos forzados durante cientos de años.
Y mientras el oro y la plata fluyeron, a los clérigos se les permitió hacer mucho del bien que perseguían. Aparte de defender los derechos indígenas, fundaron escuelas, universidades u hospitales y exploraron los nuevos territorios y sus gentes con ánimo científico, anotando para la posteridad sus descubrimientos.
Por eso, y aunque la Iglesia acabó adoptando el camino sencillo de las conversiones forzadas y la educación católica, sin los franciscanos, dominicos, agustinos o jesuitas, los nobles españoles, ávidos de oro, plata y piedras preciosas, hubieran arrasado sin piedad con todo.
Y eso es precisamente lo que sucedió, la masacre indígena y el expolio sin miramientos, cuando otros países europeos, ya no católicos sino protestantes, realizaron sus propias colonizaciones.
Las bulas papales y la rebelión de Lutero.
Unos siglos antes de que Colón llegase a América, el Papa de Roma se había nombrado a sí mismo, con bastante éxito, el representante del dios cristiano en la Tierra. Con el poder que eso le otorgaba, comenzó a escribir bulas, que vienen a ser interpretaciones de las Sagradas Escrituras en relación a algún acontecimiento presente. La importancia de dichas bulas era, y es, enorme. En lugar de dar su opinión sobre un asunto cualquiera, el Papa, cuando escribe una bula, está dando la del dios cristiano.
Con tanto poder en sus manos, las tentaciones pusieron al Papado en bretes que hubieran sido difíciles de imaginar para los primeros cristianos. En medio de una vorágine de excesos que ya duraba siglos (sexo, asesinatos, corrupción), el Papa León X comenzó a vender en 1517 bulas de absolución (de la absolución dada por dios, ojo) como si fueran entradas para un concierto: de forma masiva y organizada.
El negocio era simple. Si un noble cualquiera decidía, por ejemplo, que quería matar a otro, un poco de oro le permitiría hacerlo con el perdón de dios... por adelantado. Ya no hacía falta ir a confesarse y realizar actos de penitencia y contrición.
El tema se fue tanto de madre que una buena parte de la nobleza, y del clero más alejado de Roma, vieron claras dos cosas: querían su parte del pastel y tenían buenas excusas para arrebatársela al papado.
Es decir, más que limpiar Roma de su corrupción, lo que buscaban los críticos era acceso al enorme negocio de la fe, que durante siglos había monopolizado el Sumo Pontífice y sus subordinados. La corrupción de Roma fue la excusa que necesitaba la parte más desfavorecida de la nobleza germana para adherirse a una nueva doctrina, que sostenía que cada cual podía interpretar las sagradas escrituras a su antojo. Esa nueva convicción, pasada a papel por un alemán llamado Lutero, no sólo desposeía a la Institución Eclesiástica de su monopolio espiritual sino que hacía innecesarias sus posesiones terrenales, que eran lo realmente codiciado. Es decir, si cualquiera podía reinterpretar la palabra de dios, no hacía falta mantener a una plétora de clérigos y a sus templos, supuestamente encomendados a escucharla e interpretarla mejor.
El imprescindible papel de la imprenta y la primera lucha de clases global.
Las ideas de Lutero no eran originales. La corrupción pontificia duraba ya siglos y la gente llevaba mucho criticándola. Sin embargo, Gutemberg había inventado la imprenta en 1448 y su uso se había extendido por el Imperio Germánico rápidamente. Gracias a ello, cuando Lutero escribió sus 95 críticas en 1517, éstas se propagaron como el fuego en una llanura de yerba seca.
Al cabo de dos semanas se habían difundido por toda Alemania y, pasados dos meses, por toda Europa.
Tanta gente las leyó o escuchó a alguien leerlas que en pocos años unos 300.000 campesinos germánicos se unieron bajo un pensamiento único: reclamar lo mismo que Lutero y los nobles que le apoyaban: libertad religiosa y su parte de las tierras de la Iglesia.
Pero como ya hemos dicho, ése no era el plan ni de Lutero ni de sus socios. Sólo los nobles se podían beneficiar de la nueva doctrina. Así decía Lutero que había que tratar a los insurgentes:
Todo el que pueda debe aplastarlos, degollarlos y ensartarlos, en secreto y abiertamente, lo mismo que se mata a un perro rabioso. Por eso, amados señores, acudid en ayuda nuestra, salvadnos; que todos cuantos puedan, hieran, golpeen y degüellen, y si alguien alcanza la muerte, bienaventurado de él, pues no puede existir muerte mejor.
Una vez aniquilada la insurrección labriega, tras matar casi a la mitad de los insurgentes, los nobles y los militares que seguían las ideas de Lutero se encontraron con un doble botín: las posesiones eclesiásticas y un pueblo tan vapuleado y sumiso que no volvería a revelarse durante 300 años.
Monarcas y nobles de de la Europa septentrional no tardaron en ver las ventajas económicas del cisma. No ya sólo como medio de quitarle posesiones a la Iglesia sino también para sacudirse el dominio católico español, "contaminado" por la corrupción Papal, y cuyo monarca Carlos I, reinaba sobre un jugoso sector del centro de Europa.
Dominios europeos bajo el reinado de Carlos I (1516-1556). Visto aquí.
Calvino o la doctrina de la predestinación.
Si las tesis de Lutero le otorgaron a nobleza europea un motivo para disputarle tierras y rentas al Imperio Español y quitárselas a la Iglesia, Calvino remató la faena con su doctrina de la predestinación.
Habiendo leído a Lutero, Calvino fue más allá, e interpretó que la Biblia decía que las vidas de las personas están predestinadas, eliminando de un plumazo la tradición cristiana de alcanzar la salvación siendo buenos y practicando la pobreza o la caridad, tanto económica como social. Así, según Calvino, cualquier protestante que se hiciera rico lo hacía por la gracia divina, aunque fuese a costa de pasar por encima de otras personas. Pongamos un ejemplo: según la nueva doctrina, Dios habría predestinado la muerte de 130.000 de los campesinos que creyeron que la Reforma también era para ellos. Y, todavía más importante: el dios protestante ya había dispuesto de antemano el subsiguiente aumento de la riqueza de los vencedores y de la pobreza de los vencidos.
La doctrina era tan atractiva para la clase dominante que se extendió rápidamente entre los gobernantes europeos y sirvió para justificar todo tipo de atrocidades en los siglos venideros, tanto por parte de los ricos como de los que querían serlo. El caso más claro puede que sea el de los Boers o los Afrikaners, que establecieron, merced a sus creencias religiosas calvinistas que les hacía creerse superiores, el Apartheid sudafricano y todo lo que ha conllevado durante 200 años.
Otros gobiernos o imperios coloniales protestantes, si bien no tan abiertos a la hora de declararse superiores y defender genocidios, actuaron como si lo fueran, tratando a los indígenas como animales e incluso alimañas a las que hubiera que exterminar.
El protestantismo en general, y el calvinismo en particular, estuvieron en la base moral de las colonizaciones europeas que siguieron y terminaron reemplazando a la española y portuguesa. Franceses, ingleses, holandes, alemanes o belgas establecieron un nuevo modelo colonizador en el que el beneficio económico se convirtió en el único argumento válido.
En resumen, el protestantismo y el calvinismo habían re-interpretado la palabra divina haciendo al hombre blanco, y con recursos, superior. Le habían mostrado el camino más rápido para conseguir más dinero y poder, librándole, por añadidura, de incomodidades de la moral católica, como el remordimiento por conseguir riqueza y retenerla, incluso aunque fuese a costa del sufrimiento de otros, o la obligación de ayudar a los necesitados.
Así, los nuevos colonos protestantes se lanzaron a la búsqueda de fortuna a través del expolio y a la caza del mayor beneficio en el menor tiempo posible. Con el beneplácito divino que les daban sus interpretaciones de la Biblia destrozaron países y sus poblaciones [1, 2]. Vamos, hicieron lo mismo que el imperio español, pero sin el freno benefactor que hasta entonces habían interpuesto los clérigos (intelectuales) católicos.
Del calvinismo a la eugenesia en una cómoda excusa: acumular riqueza.
La India pre británica, hacia 1700, era el país más rico del mundo. Su economía ascendía al 25% del PIB del planeta, más que toda Europa occidental junta. China no le iba a la zaga. Entre los dos países producían el 47% de la riqueza global.
Sin embargo, tras el expolio a la que les sometieron las potencias militares europeas durante 250 años, su PIB combinado había caído hasta minúsculo 5% mundial. Mientras, el europeo no había parado de crecer.
“Odio a los Indios. Son un pueblo de animales, con una religión animal”
Pero Churchill sólo era el último de una larga lista de reyes y mandatarios británicos y europeos que se creyeron predestinados a masacrar a cualquier pueblo inferior mientras se quedaban con sus riquezas. Aunque el caso de la India, donde mataron a 165 millones de personas sólo entre 1880 y 1920, quizá sea el más paradigmático.
Sin embargo, y para desgracia del mundo, no fue una excepción. El Imperio británico hizo lo mismo en todas sus colonias, en todos los continentes. Países como Armenia, Kenya o Australia sufrieron la misma suerte.
Incluso Irlanda, país vecino aunque colonia a la postre, sufrió el despiadado yugo inglés: un millón de personas murieron de hambre entre 1845 y 1849 mientras la comida que les hubiera podido salvar salía del país hacia Inglaterra. Los irlandeses son de la misma raza que los ingleses pero eran católicos. Y, como bien podría haber dicho Calvino, estaban predestinados a ser pobres.
O en palabras del inglés Charles Trevelyan, encargado gubernamental de frenar la escasa ayuda inglesa en aquel entonces:
"el juicio de Dios envió la calamidad para enseñarle una lección a los irlandeses"
Trevelyan también diría que una hambruna así era un
"mecanismo eficaz para controlar la población".
Al amparo de tal creencia colectiva de superioridad, no es de extrañar que fuera otro inglés, Francis Galton, el que acuñase el término Eugenesia en 1883. Tras los descubrimientos de Newton, Darwin y compañía, la ciencia amenazaba con sustituir a dios en muchos ámbitos y, por tanto, existía la necesidad por parte de los poderosos de reemplazar la interpretación divina de la superioridad inglesa por una científica, más acorde con los tiempos.
A finales de los 60, Noam Chomsky era muy conocido por su labor científica (el New York Times le calificó como el académico vivo más importante del mundo en 1979), pero ya hacía unos años que, jugándose su carrera y su integridad física, había empezado a dar charlas y escribir en contra del intervencionismo americano en Vietnam. Al principio de los 60 ir contra la guerra de Vietnam era muy arriesgado. La gente, incluso los mejor informados, no sabían realmente lo que sucedía. La prensa, la radio y la televisión daban al pueblo americano la imagen de una guerra justa e ir contra ese ideario resultaba peligroso. Pequeñas reuniones familiares fueron seguidas por invitaciones a dar charlas en círculos cada vez más amplios. Al final de los 60, la opinión pública había cambiado radicalmente y el incansable Chomsky se había convertido en una de las figuras más importantes del movimiento antibélico. Viajaba por el país dando charlas pero ninguna de las grandes cadenas de radio o televisión le invitaba. Tampoco los grandes periódicos.
En Abril de 1969, Chomsky fue invitado a una entrevista en Firing Line. Aunque emitido fuera de las grandes cadenas, Firing Line llevaba tres años en antena y acabó convirtíendose en el show de entrevistas más longevo de la televisión norteamericana. William Buckley, que se definía como conservador y libertario, dirigía el programa al que, a lo largo de sus 30 años y 1500 emisiones, acudirían todo tipo de personalidades públicas, incluyendo varios presidentes y altos mandatarios de Estados Unidos, o la primera ministra británica Margaret Tatcher.
Aparte de ser "el mejor académico vivo" y un dotado orador, Chomsky dio tales muestras de maestría en su debate cara a cara, que no sólo no fue invitado de nuevo a Firing Line, como Buckley le había prometido. Los grandes medios y editoriales tuvieron aún más claro que aquel profesor universitario no debía recibir ni un segundo de audiencia.
Lejos de los grandes medios, Chomsky, siempre metódico, riguroso pero también claro y didáctico, ha seguido dando charlas y entrevistas y escribiendo libros. Hablaré más de algunas de sus charlas en el futuro pero en esta ocasión me quería centrar a una parte en concreto de aquella entrevista con Buckley. En el minuto 25:10, Buckley intenta defender que existe una diferencia, "visible para cualquier persona inteligente" (falacia True Scotman), entre la intervenciones militares buenas (por el bien del país invadido) y malas (por simple beneficio del invasor).
Chomsky responde que durante toda la historia del colonialismo, nunca ha existido tal distinción. Lo que sí han hecho las potencias coloniales, según Chomsky, es publicitar una visión falsa de altruísmo en sus intervenciones.
Justo después viene la parte que me encanta. Chomsky añade que esto ha sucedido así en cada colonización, con una sola excepción. Buckley pica el anzuelo y pide centrarse en esa excepción. Pero la excepción, según explica a continuación Chomsky, no es positiva. La excepción a la regla es la de la colonización del Congo por la monarquía belga, que no se preocupó en absoluto de disimular ninguna de sus atrocidades.
La relación entre los invasores y la población indígena difiere de un lugar a otro en América. En algunas zonas, los pueblos indígenas fueron integrados de alguna forma y en otras simplemente fueron eliminados, desplazados o puestos en reservas.
En este post voy a hablar de cuánto y cómo se aproximó el colonialismo español a esas dos formas descritas por Chomsky. Más adelante, hablaré de qué ocurrió con otras potencias contemporáneas o posteriores.
¿Por qué es España, y no otro país, quien llega a América en 1492?
La conquista de América se produjo en un contexto bastante olvidado. Tras la caída del Imperio Romano de occidente en el 476 dC, Roma, la ciudad, perdió casi todo su explendor (pasó de un millón a 30 mil habitantes). Sin embargo, los obispos cristianos de la ciudad, que habían sido oficialmente admitidos hacía menos de dos siglos por el emperador Constantino, consiguieron salvaguardar sus dominios merced a múltiples alianzas.
Tras el cisma con el cristianismo ortodoxo del Imperio Bizantino, el Papa de Roma, que durante siglos había estado a merced del rey más fuerte de turno, se erigió a sí mismo en la máxima autoridad eclesiástica de la cristiandad y representante supremo de Dios en la Tierra. Eso hubiera servido de poco si aparte de ser Papa, en una jugada maestra, no se hubiera inventado que sólo el sumo pontífice podía coronar a un rey católico (haciendo que su reinado viniera de Dios).
Pero faltaba la guinda, lo que haría que ni el más poderoso de los Reyes se atreviese a cuestionar al heredero de San Pedro. Para garantizarse la ayuda de CarloMagno, que había conseguido conquistar buena parte del antiguo imperio romano occidental hacia el 800 dC, el Papa resucitó la figura del Emperador Romano, añadiéndole las palabra Sacro y posteriormente Germánico. Este Emperador, que sólo el Papa podría nombrar, debería ser el líder de la cristiandad en Europa (o sea, defender las ideas y posesiones papales).
Merced a esta hábil estrategia política, el Papado adquirió la solidez y autonomía de la que había carecido hasta entonces. Sin embargo, 700 años después, el Papa se enfrentaba a dos graves amenazas:
El Islam había conquistado Costantinopla en 1453 y seguía avanzando hacia el Oeste. Además, amenazaba las rutas comerciales del Mediterráneo y Oriente Medio, incluyendo las que iban a hacia Asia.
Las ideas de Lutero, alentadas por la corrupción del Vaticano, hacían tambalear la unidad del cristianismo.
Frente a esa doble amenaza, las alegrías para el Papa llegaban casi en exclusiva de la península Ibérica. Por un lado, España no sólo renegaba de cualquier cisma protestante, sino que habían logrado expulsar a musulmanes y judíos de su territorio en 1492.
Por otro, Portugal, también católica, había logrado su independencia de Castilla en 1411. Merced a lo cual, llevaba décadas de ventaja a España en la exploración del océano y había conseguido llegar a Asia bordeando África, estableciendo una nueva ruta comercial que evitaba el control musulmán en el Mediterráneo.
Cristobal Colón. Un trepa sanguinario con labia.
De una familia italiana de origin humilde, Cristobal Colón quería ascender en la escala social (algo tremendamente difícil para la época). Consiguió ocultar sus orígenes haciéndose navegante y cambiando de país. Como marino llegó a Portugal donde encontró la oportunidad que buscaba. Allí se casó con una noble portuguesa, dejando atrás su pasado. Como noble de tan reciente cuna, parece que Colón sintió a partir de entonces la necesidad de tratar peor que cualquier noble viejo a las personas más pobres.
Como ya comenté en mi post anterior, las corrientes oceánicas fueron un elemento fundamental para el descubrimiento de América. En aquella época, sólo España o Portugal estaban geográficamente próximos y económicamente en condiciones para aprovecharlas. Cuando su idea de usar esas corrientes para establecer una nueva ruta hacia Asia fue rechazada por el Rey de Portugal, Colón miró a España. Como hemos dicho, los Reyes españoles eran cristianos devotos (sobre todo ella, Isabel). Pero también eran hábiles y despiadados políticos. Y, para fortuna de Colón, tras la conquista de Granada a principio de 1492, los reyes tenían la motivación económica (rivalizar con los progresos mercantiles de los portugueses) y los recursos para ayudarle. Además, contaban con el beneplácito de Roma, exultante con sus católicas hazañas.
Al mando de tres pequeños barcos, Colón llegó a América y sentó de inmediato las bases del maltrato al indígena que vendría después. Torturó, esclavizó y mató con el objetivo de enriquecerse, contraviniendo las órdenes expresas de los Reyes, gracias a la distancia que les separaba de ellos y al poder casi absoluto que ostentaba en sus primeros viajes. Como digo, esa fue la tónica general con demasiados gobernantes de Indias, que hicieron lo mismo durante los siglos venideros. Colón también cruzó muchos líneas sofocando protestas de españoles (lideradas por clérigos) que le acompañaron a América. Como muestra, no dudó en alabar a su hermano, quien había cortado la lengua y paseado desnuda a una sirvienta que osó decir que los Colón venían de una familia de tejedores.
Su insaciable ansia de riqueza y falta de escrúpulos llamó tanto la atención que en menos de 10 años Colón pasó de ser la tercera persona más importante de España a caer en desgracia, cuando sus reiterados desmanes finalmente hartaron a los monarcas. Al igual que los desmanes, también el ejemplo de los Reyes Católicos se repitió. Los monarcas españoles seguirían deponiendo a virreyes y gobernantes de indias que se aprovechasen de sus posición.
Bartolomé de las Casas. El fraile millonario que se la jugó.
Bartolomé de las Casas (1484-1566) es un personaje clave de la historia Iberoamericana. Vivió 82 años, una edad muy respetable para la época. Más teniendo en cuenta sus múltiples viajes trasatlánticos y los riesgos que corrió al pasar la mayor parte de su vidad defendiendo los derechos de los indígenas americanos, enfrentándose a buena parte de la población española en ultramar y a muchos nobles en España.
De familia muy cercana a la Casa Real y extremadamente influyente, un tío de Bartolomé ya fue con Colón en el viaje del descubrimiento en 1492. Tras su tío, el mismo padre de Bartolomé se embarcó en el segundo viaje. Bartolomé y su padre habían asistido, probablemente fascinados, a la audiencia ofrecida a Colón por su exitoso regreso en 1493, donde mostró a 6 indios ante las protestas de la Reina Isabel, que dio las primeras órdenes de proteger a los nativos.
Cuando Bartolomé por fin viajó a América, en 1502, le esperaba la herencia familiar. Tan importante era su familia que, en unos pocos años, su padre, antes de morir, se había hecho terrateniente en el Caribe. En los siguientes 13 años, hasta cumplir la treintena, a Bartolomé le dio tiempo a administrar exitosamente una encomienda (sí, tuvo esclavos indios a su cargo cultivando tierras y extrayendo oro de unas minas), pero también a viajar por los diferentes territorios donde se iban asentando los españoles que llegaban. Entre medias tuvo tiempo de volver a España y viajar a Roma para hacerse fraile. Sumando el poder Papal al de su influyente familia, volvió a América y, comenzó a ejercer su doble influencia de una manera inaudita: incentivando la convivencia entre sus compatriotas y los indígenas y enfrentándose abiertamente y sin descanso a todo español que tratase mal los indígenas. Esto le granjeó muchas y poderosas enemistades que no parecieron hacerle mella, dada su alta alcurnia.
Pese a sus esfuerzos, los desmanes coloniales continuaron. Las encomiendas (mecanismos reales que fueron aprovechados por los españoles para explotar a los nativos) se volvían cada vez más brutales y Bartolomé, en 1514, tomó una decisión para la historia. Renunció a sus tierras y a sus encomiendas y viajó de vuelta a España para denunciar ante el Rey el trato que daban sus súbditos a los indígenas. El Rey murió antes de verle pero su regidor primero y el nuevo rey, Carlos I (nombrado Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico por el Papa), no sólo le escucharon sino que diseñaron los siguiente pasos a dar en las colonias americanas (incluyendo leyes) siguiendo los consejos del fraile.
De esta forma, cuando Bartolomé de las Casas volvió a América en 1516, lo hizo con el título de Protector universal de todos los indios de las Indias, como portador de la nueva hoja de ruta para la colonización pacífica y con toda la protección jurídica y militar de la Casa Real, pero también con la protección del Papado, de quien Carlos I se había convertido en el principal defensor.
Sin embargo, las cosas no salieron como de las Casas hubiera esperado. A pesar de que desde la Corona se favorecía que la colonización pacífica (los hombres que viajasen con una mujer lo hacían gratis y se alentaba al matrimonio con indígenas) y de que los españoles en América no llegaban a 20.000, incluyendo mujeres, niños y clérigos, cada nuevo barco traía hombres con deseos de riqueza y fama y con pocos escrúpulos a la hora de conseguir cualquiera de las dos. Por si fuera poco, en España, Carlos I tuvo que retrasar la nuevas Leyes que de las Casas necesitaba para hacer frente a los que no veían con buenos ojos sus palabras. Durante un tiempo, el nuevo monarca tuvo que priorizar la resolución de los problemas en el viejo continente, apagando las revueltas de aquellos que no veían bien sus orígenes germanos. Aprovechándose de ello, en América, un tal Hernán Cortés hizo oídos sordos a fray Bartolomé y las nuevas leyes aún por oficilizarse. Convenció a otros 400 hombres para unirse a su desobediencia y juntos emprendieron un viaje sin retorno en el que sólo había dos alternativas: lograr la codiciada fama y fortuna, o morir. Ya fuera a manos de los indígenas o de los propios españoles si osaban volver con las manos vacías. Contra todo pronóstico, Hernan Cortés y sus 400 acabaron conquistando una ciudad con al menos 300.000 personas, consiguiendo para la Corona el control de un nuevo imperio de varios millones de indígenas.
Semejante hazaña no hizo sino acrecentar el deseo de los españoles que realizaban el viaje a América. A partir de entonces, Bartolomé de las Casas ya nunca pudo imponer las leyes reales para conseguir una colonización pacífica. Siguió intentándolo de manera incansable, eso sí. Pero mientras lo intentaba, otro buscafortunas, Manuel de Pizarro, acompañado de otro ridículo contigente de tropas, se hizo en 1533 con el otro gran imperio americano de entonces, el Incaico, que contaba, antes de la llegada de los españoles con una población de unos 10 millones de personas. En los 15 años en los que de las Casas debía haber cambiado el curso de la colonización por una pacífica, 1500 españoles conquistaron por las armas 7 millones de kilómetros cuadrados, una extensión 14 veces superior a la de España.
Cuando Bartolomé volvió a España en 1540, en América había apenas 19,000 españoles que pudieran portar armas, pero decenas de millones de indígenas habían muerto. Tras más de 30 años en América, de las Casas había visto todo tipo de cosas. Al maltrato inicial al indígena, al que se le obligaba a entregar metales preciosos o a hacer trabajos forzados, siguieron pequeñas escaramuzas y maltrato y matanzas indiscriminadas. Sin embargo, los españoles estaban en una enorme inferioridad numérica, en una tierra desconocida y muy, muy lejos de España. Incluso con la conquista de los imperios Incaico y Azteca, ¿Cuántos indígenas podían matar unos pocos miles de españoles?
En unas décadas, los indígenas desaparecieron completamente en muchos lugares y disminuyeron en general un 90-95% en los territorios bajo dominio español. Aún contando con la crueldad de los conquistadores, incluyendo el sadismo de unos pocos, resulta imposible justificar la debacle poblacional que siguió a la aparición de los españoles.
De las Cañas presenció u oyó de todas esas muertes (millones y millones) y en sus escritos las achacó única y exclusivamente a los soldados de su reino. Esa fue la historia que escuchó Carlos I cuando de las Casas llegó a España en 1540 y el resto de Europa y el mundo durante los siguientes siglos: según aquel fraile de tan buena familia, unos pocos miles de sus soldados habían aniquilado varias decenas de millones de indígenas y amenazaban con seguir haciéndolo con el resto. Ante semejante panorama, Carlos I promulgó nuevas leyes para la mejora de las condiciones de vida de los indígenas. Era al menos la sexta vez en menos de 50 años que la monarquía española trataba de proteger a los nativos americanos, tras las leyes promulgadas por los Reyes Católicos y por él mismo.
Con las nuevas leyes bajo el brazo, de las Casas volvió de nuevo a América, concretamente a México. Allí continuó viendo morir a los indígenas en números difíciles de imaginar.
En 1547 regresó definitivamente a España donde publicó, debatió y terció incansablemente en favor de los derechos humanos, incluyendo en esta última etapa a los nativos africanos.
Hay que decir que Bartolomé no estuvo solo. Antes y después de él, muchos religiosos españoles lucharon incansables por los derechos indígenas. Es importante recordar que hace 5 siglos, muy poca gente, aparte de los clérigos, sabía leer y escribir. Bartolomé y muchos otros misioneros que viajaron a América componían la élite cultural española. Defendieron al indígena al tiempo que fundaban colegios, universidades u hospitales, cuando no dirigían expediciones científicas con objeto de cartografíar las tierras inexploradas así como describir la fauna y la flora que las habitaban.
Las palabras de Bartolomé de las Casas
Los textos y cifras más citadas están sacados principalmente de dos de sus obras:
La Brevísima es la que contiene los números más abultados. He enlazado el texto completo que consiste en una enumeración de hechos y cifras de los sucesos que, según su autor, acontecieron en cada una de las regiones americanas controladas por los españoles entre 1492 y 1540. Cito textualmente algunos fragmentos:
Número total de muertos a manos de los españoles (en esos primeros 50 años):
derramar tan inmensa copia de humana sangre e despoblar de sus naturales moradores y poseedores, matando mil cuentos (cuento = millón) de gentes, aquellas tierras grandísimas, e robar incomparables tesoros
En las islas del Caribe:
islas grandes e chicas, e que la peor dellas es más fértil e graciosa que la huerta del rey de Sevilla, e la más sana tierra del mundo, en las cuales había más de quinientas mil ánimas, no hay hoy una sola criatura. Todas las mataron trayéndolas e por traellas a la isla Española
Sobre la isla de la Española (actual Haití y Rep Dominicana):
Tiene de ancho cinco leguas y ocho hasta diez y tierras altísimas de una parte y de otra. Entran en ella sobre treinta mil ríos y arroyos, entre los cuales son los doce tan grandes como Ebro y Duero y Guadalquivir; y todos los ríos que vienen de la una sierra que está al Poniente, que son los veinte y veinte y cinco mil, son riquísimos de oro.
Islas de San Juan y Jamaica:
había en las dichas dos islas más de seiscientas mil ánimas, y creo que más de un cuento (un millón), e no hay hoy en cada una doscientas personas, todas perecidas sin fe e sin sacramentos.
Cuba:
súbitamente se les revistió el diablo a los cristianos e meten a cuchillo en mi presencia (sin motivo ni causa que tuviesen) más de tres mil ánimas que estaban sentados delante de nosotros, hombres y mujeres e niños.
Oficial del rey hobo en esta isla que le dieron de repartimiento trescientos indios e a cabo de tres meses había muerto en los trabajos de las minas los docientos e setenta, que no le quedaron de todos sino treinta, que fue el diezmo. Después le dieron otros tantos y más, e también los mató, e dábanle más y más mataba, hasta que se murió y el diablo le llevó el alma.
En tres o cuatro meses, estando yo presente, murieron de hambre, por llevarles los padres y las madres a las minas, más de siete mil niños.
Tierra firme:
Capitán hubo suyo que en una entrada que hizo por mandado dél para robar y extirpar gentes, mató sobre cuarenta mil ánimas
Nicaragua:
Más oro robaron en aquel tiempo que aquel reino (a lo que yo puedo juzgar), de un millón de castellanos, y creo que me acorto, e no se hallará que enviaron al rey sino tres mil castellanos de todo aquello robado; y más gentes destruyeron de ochocientas mil ánimas. Los otros tiranos gobernadores que allí sucedieron hasta el año de treinta y tres, mataron e consintieron matar, con la tiránica servidumbre que a las guerras sucedió los que restaban.
Enviaba españoles a hacer entradas, que es ir a saltear indios a otras provincias, e dejaba llevar a los salteadores cuantos indios querían de los pueblos pacíficos e que les servían. Los cuales echaban en cadenas porque no les dejasen las cargas de tres arrobas que les echaban a cuestas. Y acaesció vez, de muchas que esto hizo, que de cuatro mil indios no volvieron seis vivos a sus casas, que todos los dejaban muertos por los caminos.
murieron de hambre más de veinte o treinta mil ánimas e acaesció mujer matar su hijo para comerlo de hambre.
han sacado de aquella provincia indios hechos esclavos, siendo tan libres como yo, más de quinientas mil ánimas. Por las guerras infernales que los españoles les han hecho e por el captiverio horrible en que los pusieron, más han muerto de otras quinientas y seiscientas mil personas hasta hoy, e hoy los matan. En obra de catorce años todos estos estragos se han hecho. Habrá hoy en toda la dicha provincia de Nicaragua obra de cuatro mil o cinco mil personas, las cuales matan cada día con los servicios y opresiones cotidianas e personales, siendo (como se dijo) una de las más pobladas del mundo.
Guatemala:
Y este tirano mesmo escribió que era más poblado que el reino de Méjico e dijo verdad: más ha muerto él y sus hermanos, con los demás, de cuatro y de cinco cuentos de ánimas en quince o dieciséis años, desde el año de veinte y cuatro hasta el de cuarenta, e hoy matan y destruyen los que quedan, e así matarán los demás.
Venezuela:
Más han muerto y destruído y echado a los infiernos de aquellas innocentes generaciones, por estrañas y varias y nuevas maneras de cruel iniquidad e impiedad (a lo que creo) de cuatro y cinco cuentos (millones) de ánimas
Perú:
fueran cuatro y cinco mil españoles y se extendieron por muchos y grandes reinos y provincias. Más faltan y han muerto de aquellos reinos hasta hoy (e que hoy también los matan) en obra de diez años, de cuatro cuentos (millones) de ánimas.
La famosa leyenda Negra.
Los escritos de Bartolomé de las Casas fueron empleados por Inglaterra y Holanda primero, cuando copias de sus trabajos fueron traducidas a partir de 1570, y por el resto de Europa y los EEUU más tarde, para crear la llamada Leyenda Negra. Esta leyenda tuvo un objetivo doble: demonizar la colonización española y ocultar los desmanes de los países que la promulgaron.
Así, de las Casas pronto se convirtió en una especie de salvoconducto de otras potencias colonizadoras para cometer todo tipo de tropelías. Por cruentas que fuesen nunca llegarían a las descritas por el fraile español.
¿Qué ocurrió realmente?
¿Pudieron 19000 españoles, cuya única arma de fuego hasta 1540, el arcabuz, pesaba 8 kg y necesitaba entre 3 y 5 minutos para ser recargada, matar a más de 30 millones de indígenas en unas pocas décadas?, ¿Yendo además contra las leyes promulgadas por sus monarcas? Parece no ya imposible, sino absurdo. Sin embargo, quedan pocas dudas de que decenas de millones de indígenas murieron. Y de que, por tanto, de las Casas se aproximó bastante al contabilizar el número de bajas.
¿Eran los españoles técnicamente capaces de masacrar a tal número de indígenas? Por poner un ejemplo con un número de víctimas en el mismo orden de magnitud, el ejército nazi mató a unos 27 millones de rusos durante la Segunda Guerra Mundial [2]. Sin embargo, el ejército alemán desplegado en la operación Barbarroja contaba con casi 4 millones de efectivos más otros 4 que se unieron después. También contaban con armamento moderno, incluyendo tanques y aviación, y seguían ciegamente las órdenes de Hitler, que consideraba a los eslavos como una raza inferior que debía ser aniquilada.
La respuesta al misterio, que hoy parece obvia, es que decenas de millones de indígenas americanos murieron de enfermedades traídas inadvertidamente por los españoles. Enfermedades como la viruela y el sarampión, a las que los amerindios jamás se habían enfrentado. El contagio, en ciudades tan grandes (Cuzco o Tenochtitlán superaban en tamaño a cualquier ciudad europea de entonces) e imperios tan bien comunicados como los precolombinos, fue rapidísimo. El caso mejor documentado fue el del Imperio Méxica, que fue azotado por epidemias constantes a partir de la llegada de los españoles, lo que redujo su población según un estudio de la Universidad de Berkeley de 25 a 5 millones en la época Bartolomé de las Casas, y a un escuálido 3% un siglo después de la cosquista de Hernán Cortés.
Es muy probable que de las Casas supiese perfectamente que lo que estaba matando a la inmensa mayoría de los los indígenas no eran los españoles, ya fuera por la guerra, la esclavitud o el maltrato general. Sin embargo, parece que, de saberlo, prefirió obviar ese detalle por el bien mayor: proteger a los más débiles.
El legado del colonalismo español
En lugar de para vilipendiar al imperio español, la figura de Bartolomé de las Casas bien podría usarse a partir de ahora para poner en evidencia los desmanes de otras potencias coloniales, y ensalzar los intentos de los gobernantes españoles por hacerle caso, y crear leyes que salvaguardasen a los indígenas, equiparando sus derechos a los de sus conquistadores.
Exigencia de que se tratase amorosamente a los indígenas (1493).
Que los indios seguirían siendo los propietarios de las tierras que les pertenecían con anterioridad a la llegada de los españoles y prohibición de la esclavitud (1504).
Las Leyes de Burgos (1512) establecían que los indios son libres y deben ser tratados como tales. Tienen obligación de trabajar de modo que sea de provecho para ellos y para la república. Eltrabajo debe ser conforme a su constitución, de modo que lo puedan soportar, y ha de ir acompañado de sus horas de distracción y de descanso. Han de tener casas y haciendas propias, y deben tener tiempo para dedicarlas a su cultivo y mantenimiento. Han de tener contacto y comunicación con los cristianos y deben recibir un salario justo por su trabajo. Las leyes prohibieron la aplicación de todo castigo a los indios y las mujeres embarazadas de más de cuatro meses eran eximidas del trabajo.
El rey Carlos I convocó en 1540 una junta de la Universidad de Salamanca, encabezada por Francisco de Vitoria que defendió la existencia de unos derechos universales de todos los seres humanos que ninguna persona podía eliminar.
Resulta curioso la relativa rapidez con la que se fueron escribiendo todas esas leyes y edictos. Parece claro que una y otra vez era necesario crear nuevas o matizar las anteriores pues, de alguna manera, la buena intención no era suficiente.
Los Reyes Españoles, desde el principio, consideraron los territorios conquistados provincias españolas, no colonias, y a sus habitantes, ciudadanos españoles. El mestizaje se produjo desde el inicio, alentándose desde la casa real. Como resultado de estas medidas, a principios de 1800 Mexico era tan rico y avanzado como cualquier ciudad Europea, según los datos recabados en sus viajes por un famoso protestante antiespañol como Humboldt.
Si los reyes españoles defendieron la igualdad entre conquistadores e indígenas desde el principio, las potencias coloniales que vinieron más tarde defendieron su supremacía racial frente a los colonizados hasta el final. Pero de eso, hablaré en otros posts.
La posibilidad de motines y de otras enfermedades aumentaban conforme se alargaba un viaje.
Con la tecnología existente en 1492, América estaba a más de 30 días de navegación de Este a Oeste. Una auténtica locura para la época. A pesar de ello, Colón convenció a los Reyes Católicos para que le financiasen una expedición que nadie había cartografíado hasta entonces. Portugal ya controlaba una ruta hacia Asia. Una ruta larguísima que bordeaba toda África (ejemplo de navegación sin perder de vista tierra firme). Por eso, cuando Colón le pidió en primer lugar financiación al monarca portugués para realizar una ruta supuestamente más corta pero incierta, éste se la negó. Para España, en cambio, cualquier alternativa, por descabellada que fuese, parecía mejor que no tener nada.
Colón pronto demostró que algo de lo que decía saber era cierto. De entre todas las rutas posibles, eligió la más rápida para llegar a América. La misma que aún hoy siguen utilizando los navíos modernos. Y volvió a repetir "buena fortuna" a la vuelta. Tanto a la ida como al regreso aprovechó las corrientes que se siguen utilizando hoy para cruzar el Atlántico Norte.
Treinta años después del primer viaje de Colón, Magallanes otro antiguo súbdito de Portugal, se pasó al bando español e inició la primera vuelta el mundo. El inicio del viaje fue fácil. Utilizó la ruta de Colón para llegar a América y después siguió la costa de Sudamérica hasta doblar, por primera vez, el cabo de Hornos. A partir de ahí, se encontró un panorama completamente inexplorado. Si Colón supuestamente conocía dónde ir al encuentro de las corrientes que le llevarían por el camino más corto hacia América, Magallanes, una vez en el océano Pacífico, no tenía ni idea de cuál era la corriente a tomar, ni dónde comenzaba, ni cuánto iba a transcurrir hasta el siguiente avistamiento de tierra. Desafortunadamente para él y la tripulación, tuvieron que navegar hasta el actual Perú antes de encontrar una corriente que les llevase hacia Asia. Y, a partir de ahí, aventurarse en un viaje el triple de largo que el de Colón antes de avistar tierra firme de nuevo.
Sólo 18 de los 238 hombres que partieron de Cádiz con Magallanes consiguieron dar la vuelta al mundo. Él no fue uno de ellos. Los motines, el escorbuto y los altercados con algunos nativos que fueron encontrando acabaron con la mayoría de la tripulación. Ése fue el precio de descubrir, y cartografiar, una nueva corriente oceánica, la que fluye de América del Sur a Asia.
Pero faltaba una más, la corriente que permitiría hacer el camino inverso: viajar de Asia a América. De nuevo, fueron los españoles, forzados a ello por el dominio portugués de las rutas comerciales a través del Índico, los que acabaron cartografiándola por primera vez. En 1565, tras varios intentos infructuosos, el fraile Andrés de Urdaneta comandó el primer tornaviaje.
El tornaviaje abriría paso al intercambio comercial directo entre Asia y América, cuya costa Oeste estuvo dominada por el imperio español hasta la guerra de independencia de México en 1815. Durante 250 años, el llamado galeón de Manila (normalmente compuesto por varios navios comerciales y otros tantos de guerra que los protegían), navegó periódicamente entre los dos continentes.
¿Pero qué ocurría si un barco, por culpa de una tormenta, se veía arrastrado lejos de una de esas corrientes? Ése era el mayor temor del marinero a partir de entonces. El verse, no ya perdido, sino detenido en medio del océano sin viento que empujase las velas o una corriente oceánica que arrastrase la quilla.
Un barco que acabase perdiendo su tripulación en esas circunstancias, un navío sin gobierno, podría verse encerrado dentro de esa zona inerte, por corrientes oceánicas, para siempre.
Y eso es lo que ha estado sucediendo en las últimas décadas con el plástico. Esas zonas inertes se han convertido en el punto final de los vertidos del mundo. Si Colón hiciese hoy de nuevo su primer viaje, cruzando el Atlántico, no vería plástico a proa o popa. Las corrientes oceánicas desplazan el plástico fuera de su camino, encerrándolo en las enormes superficies de agua que hay entre dos, en el caso del Atlántico Norte, la que va y la que vuelve de América.
La respuesta a esa pregunta depende de lo flexibles que seamos a la hora de definir reciclaje.
Cuando aprendimos que si seguíamos vertiendo basura en nuestro océano más cercano podía resultar en que alguna de esa basura volviese a nuestras inmaculadas y turísticas costas, comenzamos a utilizar métodos "alternativos". Los países que más presumimos de reciclar hemos aprendido que, pagando a países asíáticos para que se "encarguen del reciclaje", mantiene nuestras calles limpias y nuestros vertederos en buena forma. Por no hablar de nuestras conciencias. Todo ese intercambio de basura por dinero es supuestamente legal (al fin y al cabo, las leyes las redactamos nosotros). Aunque, si no se puede hacer legalen un 30 % de las ocasiones, tampoco pasa nada.
Así que, una vez visto el problema que nos acarreaba llenar el Atlántico Norte, hemos ido llenando el resto de océanos. Según cómo miremos al mapa de las corrientes, hay entre 5 y 8 de esas zonas inertes, que hoy en día son enormes, descomunales islas flotantes de plástico. La mayor de ellas, la del Pacífico Norte, es también la más estudiada (ver documental de RTVE). La cantidad de basura que contiene se ha multiplicado por 100 desde los años 70. Según el criterio que se elija para medir su superficie, la isla de plástico del Pacífico Norte mide, como mínimo, como Francia y España juntas. Pero podría fácilmente contener a todo USA y sus 9 millones de km2. Creada por décadas de verter basura al mar desde el Este asiático, sigue creciendo, y cada vez más rápido.
Como ocurre con el cambio climático, se tiene el conocimiento y los medios para detener el contínuo vertido de residuos al mar. Y, como ocurre con el cambio climático, no se hace por intereses creados, en este caso de las empresas de "reciclaje". El negocio está claro. Una serie de grandes empresas se encargan de hacer desaparecer la basura que producen los países desarrollados. Y cobran muy bien por ello. Pero reciclar, en el sentido de reutilizar, es caro. O por lo menos, da menos beneficios a unos pocos que vender la basura a empresas de países pobres, que serán las que la tiren al mar.
De esto modo, gracias a sus descendiente europeos y americanos, si Elcano volviese a circunnavegar el globo, o si el Galeón de Manila realizase de nuevo su ruta comercial, la mayor parte de sus rutas por el Pacífico tendrían avistamientos de plástico a babor.
En otros países europeos, SDDR se ha implantado para muchos de los tipos de envases ya.
Tragsatec propone en su estudio dos modalidades de SDDR para implantación en España, que se diferencian en los tipos de envases que se podrían reciclar con ellos.
Como cosa curiosa, fotografías de algunas de las máquinas de retorno de envases que se utilizan por Europa. El funcionamiento es sencillo, metes los envases y se contabiliza el dinero que se tiene que devolver.
¿Cómo se puede cambiar a SDDR?
A día de hoy, Ecoembes tiene el monopolio del reciclaje y, como contribuyentes, pagamos impuestos para que haga su trabajo (aunque no lo haga). Son las administraciones las que pueden cambiar la situación (obligando a Ecoembes a cambiar su modelo o abriendo el sistema de reciclado a empresas alternativas). Y somos los ciudadanos los que podemos presionar a las adminstraciones, desde el ayuntamiento, la región o el gobierno nacional, a que lo hagan. En el siguiente enlace hay más información.
Si el plástico se recicla poco, a pesar de que en la mayoría de los casos ya existe la tecnología para su separación y reuso [1,2], cuando el reciclaje es más difícil la situación se complica. Así es como han ido apareciendo, siempre en países pobres, montañas y ríos de ropa [1,2,3] o componentes electrónicos [1,2]. La ropa, normalmente creada mezclando varios materiales textiles, o bien se reusa o directamente se tira. Se van haciendo avances para su reciclaje pero es muy complejo y costoso [1]. La situación mejora algo con la electrónica: se llega al 12% de reciclaje. En cambio, contienen productos sumamente tóxicos, como ácidos o metales pesados, que dejamos a los países en desarrollo.
Llama la atención cómo, a pesar de que apenas se recicla, existe un enorme volumen comercial relacionado con la compraventa de deshechos [1,2]. Es muy probable que los mismos productos pasen por varias manos hasta encontrar su vertedero. Y cada mano sacará algo de tajada. Es la magia de nuestro mundo financiero. Es capaz de hacer ricas a múltiples empresas que no sólo no hacen nada de provecho, sino que, en conjunto, acaban creando un problema que, antes o después, como aquel armario donde se esconden trastos a presión, nos caerá encima.
En los últimos días hemos visto cómo saltaba a las palestra un caso que ha producido poca atención en la dirección que, a mi entender, es la más interesante.
Hace una semana, La Directa publicaba una investigación revelando que un policía había estado infiltrado, durante casi 3 años, en movimientos de izquierdas catalanes. Era el segundo policía al que se descubría realizando una actividad similar en menos de un año.
Teniendo en cuenta que un espionaje de tan larga duración ha de tener un apoyo judicial, y probablemente conocimiento ministerial, el caso parece entroncar en las llamadas cloacas del estado, que han utilizado, y parece que siguen utilizando, recursos públicos para espiar y menoscabar la credibilidad de organizaciones de izquierdas que aboguen por, básicamente, la igualdad de oportunidades en cualquier ámbito público:
Que los gobiernos utilicen sus cuerpos de seguridad para acallar las protestas tampoco es nuevo. En 2009, David Piqué, que llegó a ser el segundo al mando de los Mossos d’Esquadra en Cataluña, describió en su tesis de final de Máster, a la que llamó "El síndrome de Sherwood", las tácticas que utiliza la policía para controlar, o alterar, las manifestaciones y los movimientos de izquierda en Cataluña.
Sin embargo, su tesis iba más allá de las tácticas policiales. Describía el fenómeno okupa y antisistema y analizaba cómo se había venido tratando en diferentes partes del mundo por parte de los gobiernos (y de sus fuerzas del orden).
Tras ello, la tesis explicaba cuatro modelos de maniobras policiales para actuar contra grupos antisistema:
Modelo von Klausewitz: si la policía es abrumadoramente fuerte, ir directamente a por los líderes.
Modelo Sun Tzu. si la policía es numerosa pero no demasiado, intentar mantener la paz.
El modelo Miyamoto Mushasi, que consiste en provocar al rival para encontrar una excusa con el que aniquilarlo.
El modelo Julio César. Tener espías que te allanen el terreno cuando llega el momento.
El autor dedicaba la última parte de la tesis a describir un plan de acción para debilitar, o acabar, con los movimientos antisistema en cinco fases:
Creación de un clima contrario al movimiento (gracias a la labor repetitiva de la prensa).
Esa labor hará que se genere un debate político.
El debate político llevará a la creación de una nueva normativa
El movimiento antisistema puede ser y es ahora atacado bajo la nueva ley.
La nueva situación, libre del movimiento antisistema, se mantiene.
Estos días me he preguntado más que nunca qué sentido tiene que la policía se infiltre en movimientos no violentos de izquierda. Incluso durante años. Hay casos bastante escandalosos y bien documentados en otros países democráticos. Por ejemplo:
Estos últimos casos de Estados Unidos se englobarían muy bien con lo que David Piqué, en su tesis, llamó el modelo Julio César. No tendría mucho sentido que los policías se infiltrasen durante años para informar del día a día. Los grupos antisistema tienden a ser asociaciones pacíficas, que dedican su tiempo a ayudar a los demás de una u otra forma. Así, lo más plausible es que los infiltrados se mantengan ahí para ayudar en el día señalado. Para, en ese día concreto, reventar manifestaciones desde dentro, ayudando al modelo Mushasi. O para descabezar las organizaciones que se vuelvan demasiado influyentes y amenacen el status quo, siguiendo el modelo von Klausewitz.
Tras un ingente esfuerzo por parte de todo tipo de profesionales del coaching, psicólogos y expertos en marketing y redes sociales, se ha vuelto más o menos de dominio público que el estrés es útil. Es decir, que forma parte de mecanismo evolutivo que nos ayuda a afrontar con éxito situaciones puntuales de peligro. Gracias a la dedicación de esas personas, sabemos que hay pues que distinguir entre ese estrés saludable (y puntual) y el estrés crónico (muy perjudicial para la salud).
A continuación nos hablan de que vencer al estrés crónico está en nuestras manos. Con el resultado evidente de que salimos súper contentos de la charla, la sesión o la lectura del artículo correspondiente.
Sin embargo, transcurridas unas horas de los beneficiosos efectos post iluminación, seguimos básicamente igual.
Para ver qué está ocurriendo escojamos a un ciudadano medio de nuestro mundo desarrollado. Llamémosle Juan.
Juan, asistente a una de esas charlas, tiene 37 años. A los 3 ya estaba yendo a la escuela. 6 horas al día. Pronto comienza a competir con sus compañeros y compañeras de clase. Y sigue haciéndolo en el instituto. Mientras, también compite en el equipo de fútbol y por unas cuantas chicas. Como termina cursando una licenciatura (o grado), acaba compitiendo a nivel académico durante 22 años en los cuales las horas de trabajo/estudio se van incrementando paulatinamente. Termina con 25, lo cual nos viene a decir que muy bien no compitió. Eso le supondrá una pequeña losa a la hora de buscar trabajo. Pero consigue ese trabajo. En él lo primero que aprende es que tiene que seguir compitiendo con el resto de sus compañeros. Ahora la carrera es otra. A los 35 tiene que ser alguien. Por supuesto es importante comprarse un buen coche, tener una buena novia y, llegado el momento, hijos. Pero las cosas en el trabajo no van como se podía esperar. Hay mucha presión. No tiene que trabajar 7 u 8 horas sino más si lo que quiere es ser ese alguien. Las cosas se complican más todavía con la crisis. Ahora tiene que trabajar 10 o 12 horas diarias, no para ascender, sino para que no le echen. Y aún así, tras 3 ERES, se encuentra en la calle. El paro no es un buen sitio donde quedarse a tomar el sol. Juan ya se ha casado y tiene mujer, una casa, dos coches y el proyecto de su primer hijo que ahora tendrá que esperar (y su mujer, de 37, que hasta entonces no había querido para seguir con su carrera profesional, dice que se le está pasando el arroz).
Juan lleva 34 años compitiendo y cuando asiste a la charla sobre el estrés para desempleados cree ver la luz. Lo único que tiene que hacer es respirar profundamente y dejar de obsesionarse con ser mejor que los demás. Buscar una empresa, una profesión que le guste y así disfrutará con ello en lugar de preocuparse con no hacerlo bien o con que su compañero de mesa lo haga mejor.
Llega a casa y se lo cuenta a su mujer. Ella le pone cara de circunstancias. Juan lleva 6 meses en paro y la crisis no parece amainar. Tras otros seis meses y 3 charlas más sobre cómo superar la ansiedad por estar desempleado, la impotencia por no encontrar empleo y otro de motivación para parados de larga duración, Juan acepta un trabajo donde le pagan 2 veces y media menos de lo que estaba cobrando antes de que le despidieran. Por supuesto, trabaja 10 horas diarias sin protestar y a final de año se congratula de que la empresa haya acabado en beneficios. Sabe que no le van a ascender ni a subir el sueldo. Se alegra porque no le van a echar. Su mujer se ha quedado embarazada. Ahora ya ni siquiera sufre estrés por competir. Ahora sufre ansiedad ante el miedo a volver a quedarse en paro. La crisis sigue y Juan no para de ver por la televisión que los políticos están todos salpicados por la corrupción.
Un día, Juan lee que en Holanda trabajan 27 horas semanales. Y que hay gente que asegura que no deberíamos trabajar más de 20 porque así todo el mundo tendría trabajo y la productividad aumentaría porque haríamos nuestras tareas más contentos y descansados.
A Juan esa idea le gusta. Sin embargo, a sus 37 años se pregunta cómo puede funcionar eso. Cuando estaba en casa buscando trabajo casi se volvía loco. Sin dinero no se puede disfrutar del tiempo libre. Si se trabajan 20 horas semanales no se tiene dinero para gastar. Además, de alguna manera, Juan tiene la sensación de que trabajando no está tan mal. Ahora que ya no está compitiendo porque se ha hecho a la idea de que triunfar no va a triunfar, se da cuenta de que le gusta estar en el trabajo. La rutina, las tareas que va completando. Le dan una sensación de ser útil. ¿Qué haría con 20 o 30 horas extra de tiempo libre sin dinero para gastar? De alguna manera Juan ha aprendido que eso de que te organicen la vida te quita mucho estrés. ¿Y no iba de eso precisamente la charla aquella que le abrió los ojos?
En la prehistoria, y también en tribus que siguen viviendo de manera similar en nuestros días, se trabajaba para subsistir, lo cual nos llevaba a hacerlo unas cuantas horas al día, no más de 3 o 4. O muchas horas durante algunos días, o incluso semanas, en las que el estrés se disparaba (con razón) mientras que a esas épocas les sucedían semanas o meses mucho más tranquilos, en los que el estrés descendía. Entonces el estrés era útil.
Había mucho tiempo libre, sí. Pero desde pequeños aprendíamos a utilizarlo. Sabíamos cómo disfrutar de él.
Sin embargo, en nuestra sociedad actual se nos enseña a obedecer órdenes durante 20 años antes de acceder al mundo laboral. Después, se nos pide que trabajemos 8 o más horas todos los días. Y eso es simplemente para sobrevivir. Para tener el salario mínimo. Para malvivir en muchos casos. Para alcanzar un trabajo mejor probablemente hayamos tenido que estudiar muchos años y darnos de tortas echando horas extra otros muchos más.
Lo curioso es que estamos donde estamos, como civilización, porque un tanto por ciento muy pequeño, pero muy pequeño, de la población disfruta descubriendo cosas en lugar de dejando que otros piensen por ellos. Disfrutan trabajando más y más, haciendo de cada día un nuevo reto, liderando.
El resto vamos detrás. Cada vez con la lengua más afuera. No nos gusta la presión, no nos gusta el estrés, pero nos vemos obligados a hacer todo eso porque culturalmente nos han puesto la zanahoria delante de que podemos triunfar, o de que nuestros hijos podrán hacerlo. Y la perseguimos sin hacer preguntas.
En realidad, y simplificando al máximo, no somos mucho más que animales de granja que trabajan duro para que unos pocos se enriquezcan y otros pocos tengan tiempo libre para pensar.
La parte de los que amasan fortunas a nuestra costa no conlleva muchas ventajas para la humanidad. Sin embargo, que haya gente inteligente con tiempo libre, sí. Por ejemplo, gracias a ello cada cierto tiempo alguien se da cuenta de que nuestras condiciones de trabajo son peores de lo que podrían ser y hace que mejoren (hace 150 años las jornadas laborales en Europa eran de 60 duras horas). Además, gracias a que se libera y se patrocina a las mentes más brillantes gracias al esfuerzo del resto, hemos obtenido la medicina, la tecnología, el transporte, la abundancia de comida... Pero también la TV, los videojuegos, las redes sociales, los móviles, los diferentes tipos de drogas.... Gracias a estos últimos somos capaces de bajar los niveles de estrés acumulados rápidamente, sin darnos cuenta de que pasamos a depender de ellos. Es como teleportarse de la cárcel al paraíso cada día. Dos mundos que no entiendes pero que te son impuestos copan tu vida. No controlamos el tener que trabajar ni la forma de divertirnos. Pero ambas ejercen una presión tan grande sobre nosotros que hace tiempo que abandonamos toda resistencia. Nos supone tanto estrés ir contra corriente de cualquiera de las dos que ni nos lo planteamos.
Si esta es la realidad. Si de verdad lo que estamos haciendo es ofrecer tiempo libre para que los más listos de entre nosotros piensen y nos hagan la vida más sencilla, ¿por qué no lo ponemos en claro? ¿Por qué no lo marcamos como objetivo? ¿Qué sentido tiene hacerse rico, qué sentido tiene dejar que alguien se haga rico si lo que buscamos, si lo que de verdad hace que vivamos mejor es invertir en que unos pocos, los mejores, inventen mientras los demás trabajamos unas pocas horas al día?
¿Cuáles son los mejores caminos para que nuestro trabajo se invierta en que los más preparados nos hagan la vida mejor y no en que los más vivos amasen cantidades ingentes de dinero?