Hay actividades para las que el cerebro está más adaptado. Algunas son innatas y otras se aprenden rápidamente si se vive en sociedad. Estas dos clases las compartimos con muchos animales: el aumento de pulsaciones y la segregación de adrenalina frente a una amenaza (que nos permitirá reaccionar con rapidez cuando la localicemos), aprender a caminar (o desplazarnos), el lenguaje corporal...
Hay otras que, por el contrario, son propias del cerebro humano. Algunas de ellas han venido acompañadas de cambios fisiológicos (habla, capacidad de manipular objetos merced al pulgar oponible...) y disfrutan de amplias zonas de nuestro cerebro para codificar la información que manejan.
Y por último está nuestra capacidad de pensar y de aprovechar nuestro cerebro para aprender a hacer casi cualquier cosa, para inventar, relacionar conocimientos, prever...
Ahora bien ¿cómo siendo tan capaces no acabamos de hacer funcionar el engranaje de todas esas capacidades que tenemos? ¿Por qué, por ejemplo, en nuestro mundo la violencia campa por sus anchas si pensamos, como animales superiores, y tenemos normas que dicen que no debería ser así?
La respuesta está en cómo aprendemos a montar en bici o, si lo tienen más reciente, a conducir. Cuando estamos aprendiendo a hacer algo para lo que nuestro cerebro no tiene una estructura preparada específica, ese aprendizaje cuesta más y, hasta que no se ha repetido muchas, muchas veces, se tiene que pensar en cómo hacerlo en cada ocasión (para ello se utiliza la corteza cerebral). Sin embargo, una vez que se ha aprendido, esa actividad pasa a ocupar un lugar dentro de los automatismos de nuestro cerebro, no debiendo gastar recursos y pudiendo utilizar la corteza para otros menesteres: ya sabemos montar así que podemos pasar a hacer piruetas con la bici, por ejemplo.
Y ahora viene a lo que iba... ¿qué ocurre con la cultura, con las normas, con todas esas cosas que aprendemos en los libros, en internet, de los amigos, de nuestros familiares, mentores, etc. y que dejamos de aplicar en tantas ocasiones sin saber por qué o que aplicamos sin pensar, equivocándonos?
El nuestro, como otros muchos cerebros del mundo animal, está preparado para memorizar y para establecer relaciones rápidas entre lo que ya conocemos. De esta manera aprendemos mucho de lo que sabemos.
Pero además de esa forma de aprendizaje tenemos la que se produce merced a nuestra capacidad de hablar y de asociar ideas complejísimas a los sonidos que emitimos (y que dibujamos). Aparte del hecho de que podamos aprender las palabras (y lo que representan) también podemos jugar con ellas por nuestra cuenta. Y ahí es donde todo se lía. Porque pensar por nuestra cuenta es muchísimo más complicado que montar en bici (además de incómodo, pues tenemos mucho más desarrollada la memoria y la asociación de ideas inmediata).
Me explico: para el ser humano es imposible inhibir cualquiera de sus capacidades cerebrales. Y hay que tener en cuenta que, en cuanto a las que afectan a la toma de decisiones, todas salvo pensar con criterio propio son más o menos automáticas. Por lo que, si hay una que a veces no aparezca será precisamente la última: entre que pensamos y no, el resto de nuestro cerebro seguro que ya habrá tomado una resolución y la habrá puesto en marcha. ¿Y quién se molesta en ir más allá cuando ya se tiene una solución? En principio nadie (y lo digo muy en serio, nadie). Pero gracias precisamente a nuestra memoria, alguien se podrá dar cuenta de que, en cierta ocasión, sí existió otra solución mejor (aunque fuera descubierta por casualidad y sin premeditación).
Ejemplo: alguien baja todos los días a pié una pendiente de un kilómetro y un día se tropieza, cae y dando vueltas sobre sí mismo desciende, aunque magullado, en la mitad de tiempo. Probablemente el dolor no le permita pensar en la utilidad de su accidente pero puede que un espectador ileso sí la descubra e invente la rueda.
Cuál es el inconveniente de todo esto: que, como ya he comentado, vivir nos impide pensar (con criterio). Casi nunca podemos ser unos espectadores, como el descubridor de la rueda, sino que en la mayoría de las ocasiones nos vemos afectados por nuestras vivencias y nuestro cerebro responde mucho antes (afortunadamente, porque si no hace tiempo que nos habríamos extinguido) de que nos podamos parar a analizar una situación.
Sin embargo es ese espectador atemporal el que nos ha permitido llegar hasta donde estamos. Gracias a él tenemos los derechos humanos, los avances científicos, etc.
¿Qué nos falta para que todo sea "mejor"? En principio que cualquier persona de la humanidad se convierta en espectador, que sea capaz de abstraerse a sus respuestas inmediatas cuando sea necesario. Espíritu crítico para todos y cada vez que cualquier forma de lenguaje hablado o escrito haga acto de presencia en nuestro cerebro (leamos, escribamos, escuchemos, hablemos, pensemos...)
¿Cómo llegar hasta ello? 2 caminos complementarios:
1. enseñando a pensar (como materia principal, por encima y supervisando todas las demás, en nuestra educación obligatoria). Hasta que todos sepan montar en bici.
2. mientras las nuevas generaciones automatizan eso que nosotros, a pesar de poseerlo, no tenemos automatizado, habría que establecer, de forma externa, durante los pocos momentos en los que podemos ser unos espectadores neutrales de nuestra propia vida, un contexto en nuestros quehaceres diarios que nos obligase a pensar con criterio (porque si no nos obligamos nuestro cerebro pasará de hacerlo). O, en su defecto, a minimizar las posibles consecuencias perniciosas que pudiera acarrear el no hacerlo.
Vamos, que tenemos para rato.
Recomendación cinematográfica: Welcome to Sarajevo.
01 agosto 2008
Aprendiendo a montar en bici
Publicado por Un barquero chiquitito en 5:26 p. m.
Temática:
Genetica,
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Opinión,
psicología
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