En el especial de fin de año de The Economist salía un reportaje fantástico sobre el cerebro y sus funciones (de pago) y ahora leo esto en 20 minutos:
El psiquiatra José Miguel Gaona explicó que el amor, aunque no suene "especialmente romántico", no deja de ser una conjunción de reacciones químicas, ligadas a otros estímulos como alimentación, actividad sexual "o aficiones similares".
Los expertos aseguran que no nos enamoramos "para que nos sintamos bien por ser el centro del universo" sino para procrear
Ese tipo de reacciones tienen una función determinada, como es crear vínculos que permitan cuidar a la descendencia.
O explicado de otra manera. Los humanos nos hemos creído y aumentado, generación tras generación, nuestras fantasías respecto al amor, al odio, a la esperanza o a la felicidad, por nombrar unos cuantos términos que dejaron de definir hace mucho hechos objetivos. Todas esas fantasías tienen una base, por supuesto, y parece que por fin está llegando la hora de recuperarla dejando atrás la simple creencia.
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