30 diciembre 2006

Nochevieja en Luanda

Tener un coche permite ver cosas que antes no veías. Al contrario que lo que me había sucedido hasta ahora, eso puede no ser una ventaja. No cuando ves un barrio donde no hay asfalto en las calles y el agua estancada cubre el terreno entre las casas, los edificios o las chabolas. No cuando ves montículos de basura al lado de ese agua estancada y aún con las ventanillas bajadas y un maltrecho sentido del olfato, puede embargarte la repulsión ante el olor que todo ello junto desprende. No cuando pasas al lado de una ladera de tierra arcillosa donde se ha establecido una barriada y te hacen ver que, cuando llegue la primera tormenta fuerte, todo se vendrá abajo, llevándose las vidas de los que pille cerca.

Ayer hablaba con un angolano que me decía que en diez años no voy a reconocer Luanda. Le contesté que me gustaría equivocarme pero que al paso que van lo único que pasará es que habrá una zona excepcionalmente rica y bonita, sin un solo pobre, sin una sola barriada, en el centro de la ciudad, donde los turistas y los hombres de negocios podrán venir y disfrutar de las comodidades y placeres de una ciudad africana. Y habrá otra donde los pobres seguirán muriendo como hasta ahora. Pero ya estará alejada y nadie que no quiera ir a verlos tendrá que hacerlo. Porque ahora la verdad es que es molesto eso de que esté todo junto, y un ministro se pueda encontrar con un mutilado o un muerto de hambre por la calle. Dentro de 10 años todo eso habrá cambiado. Y los pobres mirarán la ciudad rica con envidia. La escena me recuerda a aquella en que Sabrina pasaba las noches mirando las fiestas de la familia que tenía contratado a su padre de chófer, deseando estar en una de ellas con el que cree el amor de su vida. Cuando consigue pasar al otro lado descubre que ese amor es todo apariencia.

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