Acaban de atracar a uno de mis compañeros de piso... de nuevo.
No resulta alentador comprobar que cada vez que sales a la calle corres el riesgo de ser asaltado. Te pones a pensar hasta qué punto estás siendo observado, vigilado. Hasta qué punto debes volverte un paranoico y salir a horas diferentes cada día, coger caminos distintos para ir al mismo sitio o evitar las aceras, sustituyéndolas por la calzada por donde no paran de circular coches.
Hace unas semanas dormimos en casa de unos amigos porque, mientras estábamos entrando a nuestro edificio por la valla que guarda el garaje, un chaval la saltó, nos miró y fue andando tranquilamente hacia la puerta que da a las escaleras, por la que nosotros aún teníamos que pasar.
Afortunadamente para ellos, estos amigos volvieron a España. Digo afortunadamente porque se querían marchar y quedarse en un sitio donde no estás a gusto nunca fue algo demasiado bueno. Ahora probablemente estarán disfrutando del bienestar de su casa, con luz, agua caliente y unas calles por las que se puede caminar a cualquier hora.
Un abrazo ;-)
Pero antes de terminar el post quería ponerme en el lugar de toda esa gente que pasa el día en la calle, esperando a su próxima víctima. Algunos, los más jóvenes, sólo tienen miedo. Miedo porque se enfrentan a algo que no han hecho nunca. A algo que han oído que está mal. Se enfrentan al peligro de ser detenidos o incluso abatidos por la policía. Con el paso del tiempo esos peligros van tomando su justa medida. El ladrón avezado, como cualquier persona que lleva un tiempo haciendo lo mismo, conoce y controla los riesgos. Todos salvo uno: la violencia que se genera alrededor de un acto intrínsecamente violento. No creo que haya muchas personas en el mundo capaces de mantenerse frías frente al subidón que provoca salir victorioso o derrotado de uno. Los que roban, atacan, golpean o matan acaban por tener una necesidad de volverlo a hacer porque la sensación de victoria les estimula (aparte de los beneficios materiales que puedan obtener, unos beneficios que les costaría mucho más ganar haciendo algo para lo que no están acostumbrados). El perder contínuamente también hace que las víctimas tengan tendencia a creerse inferiores. A grandes rasgos se puede comparar con una relación de maltrato. Solo que el maltratador siempre agrede a la misma persona y el ladrón se tiene que enfrenter a personas nuevas cada vez. El ladrón listo examinará a sus víctimas para que se adecuen a un patrón, a uno que se deje robar con facilidad. El tonto no entenderá por qué ha acabado en la carcél, en la calle con un montón de huesos rotos o muerto con 4 balazos en el cuerpo.
Aparte de los peligros asociados a la acción de atracar, el ladrón o delincuente violento se enfrenta a sus propios compañeros de trabajo. Esto también ocurre en los demás oficios solo que en éste las formas de resolver las desavenencias son más expeditivas.
En resumen: ser un ladrón con violencia es como cualquier otro oficio. A veces (pocas) es elegido voluntariamente y en otras muchas ocasiones te ves obligado a ello. Muchos no lo abandonarían aunque pudiesen porque pensarían que es lo único que saben hacer. Otros se deprimirían si una lesión les impidiese ejercerlo. En lo único que se diferencia de los demás trabajos es en la rudeza del protocolo. Y en que, por tanto, la esperanza de vida no suele ser muy alta.
20 abril 2007
Un oficio como otro cualquiera
Publicado por Un barquero chiquitito en 7:36 p. m.
Temática:
Opinión,
Vivencias Angola
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3 comentarios:
Y lo malo es que a vosotros os tienen de objetivo, porque se os distingue facilmente como extranjeros.
¿Habeis pensado en tomar en sol?
Bromas aparte.
¿como lo hace el resto de personal de la embajada?
¿No se bajan del coche?¿ Viven en barrios con seguridad propia?
Básicamente: lo último que has dicho.
Ains... ains... ains... no sé que más decir...
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