04 julio 2007

Sobre la inutilidad de las normas

Voy traduciendo (con algo de libertad) de The Frontal Cortex:

Hace un tiempo un estudio a nivel nacional autorizado por el Congreso encontró que los programas educativos basados en la abstinencia no funcionan. Esto le dio a los liberales una excusa para sentirse superiores pues creyeron ver en aquel estudio la prueba de que evangelizar acerca de la moral a los estudiantes no cambia el comportamiento.

Pero en este tema nadie las tiene todas consigo para sentirse a salvo. La educación americana está inundada de normas morales (acerca del sexo, del multiculturalismo, medio ambiente, etc.) y ninguna funciona. La educación sexual no cambia el comportamiento. El control de la natalidad no produce cambios reseñables. El hecho es que, los colegios no tienen efecto alguno en cuanto a imprimir valores se refiere. Puedes poner a un adulto en frente de una clase o auditorio y ese adulto podrá emitir palabras pero no valdrá la pena esperar una respuesta.

Todo esto es debido a que nos hemos creado un modelo erróneo de la naturaleza humana. Creemos que los seres humanos podemos decidir sobre nuestros actos, que si enseñamos una serie de máximas morales, los estudiantes tendrán más posibilidades de decidir lo correcto cuando la tentación surja y si les llenamos de información acerca de las consecuencias de un comportamiento irresponsable, decidirán ser prudentes evitando tomar caminos incorrectos.

Así es como nos gusta vernos a nosotros mismos, dueños de nuestros propios actos (y de los actos de los demás por extensión), pero no es así como somos en realidad. Y, desde luego, no es así como son los adolescentes.

El autor del blog cita otro estudio que corrobora lo dicho arriba. En ese estudio se realizaban una batería de preguntas sobre sexo. Preguntas de todo tipo, la mayoría de las cuales muy inquisitivas, relacionadas con la moral durante un coito, prácticas sexuales "alternativas", etc. A los sujetos se les ponía en dos situaciones diferentes a la hora de contestar a las preguntas. La primera era contestarlas sin ninguna influencia externa: sólo mesa, papel y lápiz. La segunda era que contestasen mientras estuvieran encerrados en su cuarto viendo pornografía. Los resultados fueron concluyentes. El deseo de realizar prácticas sexuales que, no estando excitados hubieran rechazado, aumentó enormemente. Casi hasta el doble.

Y la pregunta después de este segundo estudio sería ¿cómo trabajar con la excitación? ¿Hay que reprimirla? ¿Volverán a decirnos que hemos de sentirnos culpables por sentir algo que es natural, y que nos ha traído a donde estamos tras millones de años de evolución?
De alguna manera creo que la solución siempre es la misma. Es la propia persona la que tiene que darse cuenta de todo esto. No vale con decírselo. No vale con repetírselo, no vale con que él lo repita ni tampoco con castigarle si no lo hace. Tiene que formar parte de él y para ello lo tiene que comprender. La educación consiste en hacer libres a las personas, en incentivar su curiosidad, sus dudas y su espíritu crítico, no en hacer que hagan lo que nosotros queremos (por mucho que el plan educativo, la familia, la sociedad o tu religión digan lo contrario).

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